@Montagut
Seguimos obsesionados, si se nos permite la expresión, con difundir aspectos fundamentales de la Historia de España, de temas transversales que evolucionan en el tiempo y que nos permiten entender nuestro presente, además de ofrecernos materiales para la reflexión de proyectos futuros. Hace unos días reflexionábamos en estas páginas sobre el trabajo que hemos publicado sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado desde el Antiguo Régimen hasta la muerte de Franco. Pues bien, ahora queremos plantear cómo ha sido la organización territorial de este pedazo de tierra que forma una parte considerable de la península Ibérica.
El nuevo trabajo ha sido publicado en la colección donde en los últimos tiempos planteamos estos temas, es decir, en Guíaburros, de Editatum.
Este libro pretende abordar una cuestión que creemos es fundamental en la Historia española, y que no es otra que su organización territorial, y cómo se ha ido estableciendo y desarrollando en las épocas moderna y contemporánea. Estaríamos ante una cuestión de casi permanente actualidad, de debate, confrontación, ante modelos distintos y formas de entender España, sin negar la existencia de sectores que no se identifican con la misma bajo ninguna solución, ni la centralista, ni la autonómica ni la federal.
Hemos querido hacer un recorrido desde la unión dinástica y el modelo de Monarquía Hispánica de los Reyes Católicos y los Austrias hasta el Estado Integral de la Segunda República, dedicando especial atención a las reformas generadas por los Borbones porque constituyeron un Estado centralizado, que luego se acentuaría, aunque bajo distintas premisas ideológicas, con la llegada del Estado liberal.
El centralismo sería cuestionado, en primer lugar, por las premisas del foralismo, y luego por la alternativa fallida del federalismo en tiempos de la Primera República, asociado, además, a una formulación democrática del propio Estado. Pero el desafío más fuerte del modelo centralista vendría con el surgimiento de los nacionalismos periféricos, basculando, por lo tanto, entre la búsqueda de caminos paralelos y otros completamente ajenos hacia la autodeterminación. Esta situación generaría uno de los focos de tensión más destacados de la crisis del Estado liberal ya en el siglo XX, y estaría entre una de las causas del enfrentamiento que llevaría a la Guerra Civil, a pesar del intento autonomista, muy moderado, realmente, que quiso consolidar la Segunda República.
