viernes. 19.04.2024
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Cuando era más pequeña solía tropezarse a menudo con cualquier cosa que hubiera en el suelo, con el suelo mismo, y provocarse heridillas en la rodilla o destrozos irremediables en leotardos siempre nuevos, siempre de una vida muy corta.

Aun hoy no es raro verla trastabillar las punteras de su calzado contra cualquier saliente mal losado en las aceras habitualmente destartaladas de esta ciudad donde vive. Donde vivimos.

Mira qué hace Sonia. Durante meses fue su frase más repetida, y la más compleja pues apenas balbuceaba todavía. Mira qué hace Sonia quería decir en su lenguaje fundacional nada más y nada menos que observáramos cómo ella era capaz de reproducir alguna maldad pero a sabiendas de que era una maldad y que en realidad no debería de actuar como su compañera del colegio Sonia hacía. Ni más ni menos.

Cuando era más pequeña era aún más rubia de lo que aún es. No comía, o mejor, costaba Dios y ayuda conseguir que lo hiciera. Su hermano y su padre, que soy yo, nos las veíamos y nos las deseábamos para hacer patochadas frente a ella que permitieran a su madre atiborrarle de las cucharadas precisas que la alimentaran.

La risa, más que la sonrisa de María, es un prodigio de esos que solo contemplarlos enaltecen y dejan a quienes lo disfrutan con la seguridad de que el mundo es un lugar habitable.

Ella debe de saber algo cuando al darme la mano, me la da desde siempre, en lugar de dejar que nuestros dedos se entrelacen me obliga a que vayamos palma contra palma… El amor paternofilial, imagino.

Hoy hemos caminado por Madrid algunos kilómetros y no se ha tropezado nunca, ni una sola vez, solo se ha resbalado. Hoy mi hija me ha dicho únicamente con una mirada cuánto me quiere. Me basta. Y me sobra.

Mira qué hace Sonia