miércoles. 08.05.2024
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José Francos Rodríguez

@Montagut5

José Francos Rodríguez (1862-1931) fue un personaje polifacético entre los siglos XIX y XX. Periodista, escritor, médico y político que llegó a ser alcalde de Madrid y ministro con Alfonso XIII. Fue también masón.

Precisamente, en nuestra pieza nos interesa esa faceta masónica y su preocupación por la masonería en relación con la mujer, como demostró en un trabajo que, al parecer, mereció un premio en Córdoba con una pluma de plata, y que Las Dominicales del Libre Pensamiento publicó el 29 de enero de 1887. Queremos acercarnos a este trabajo, dentro de nuestras preocupaciones historiográficas sobre la masonería, el librepensamiento y la mujer.

Su trabajo está dividido en cuatro partes. En la primera explica lo que representaría la mujer; en la segunda estudia la educación que recibía la mujer en ese momento histórico, para en las dos últimas partes centrarse en la masonería. Así en la tercera parte explicaría los “medios prácticos e indirectos” que convenía a la masonería para poder influir en esa educación, terminando con los deberes que un masón tendría que su mujer e hijos desde el punto de vista de los intereses de la orden.

En la primera parte con un lenguaje florido, propio del personaje que, además, se destacó mucho en el campo de la oratoria, definió a la mujer como el jardinero del mundo que preparaba el terreno en el que caerían las semillas de los pensamientos nuevos. Si ella no educaba, las grandes doctrinas se irían marchitando porque no habría posibilidad de que prosperasen los grandes ideales entre malos ciudadanos. Es decir, Francos Rodríguez recogía la tesis clásica del poder de la mujer para educar en los cambios por su papel de madre y ama de casa.

Y por esa tesis, la mujer se habría convertido en un arma esgrimida por el fanatismo, a través de la Iglesia, ahondando en el argumento clásico de los ámbitos del progresismo y el librepensamiento sobre esta materia.

Establecida la importancia social de la mujer, Francos Rodríguez, consideraba, en relación con la educación, que en la mujer tenía más importancia el “organismo” que la voluntad, que el sentimiento dominaba su reflexión. La mujer sería poseedora de un espíritu más ligero que el del hombre, dejándose llevar por las primeras impresiones, conmoviéndose con gran facilidad y sin poseer buenas aptitudes para entrar en graves problemas que exigirían una meditación profunda, aunque era más propicia para la “emoción artística”. Su misión era la del amor, y cuando lo realizaba con “intachable escrupulosidad” no sólo permitía la perpetuación de la especie sino también contribuía a mejorar las tensiones (“asperezas”) creadas entre los hombres. Sobre esta base de pensamiento, Francos Rodríguez opinaba que la mujer no había cumplido su destino cuando había sido educada para la sensualidad, poniendo el ejemplo de la “cortesana de Roma”, educada para objeto del placer, pero que no prestaba servicios a su patria.

Así pues, sin educación todas las cualidades de la mujer se borraban y los “instintos carnales de la bestia” ahogaban los “delicados esfuerzos del sentimiento”.

La educación recibida por la mujer había sido perniciosa porque se la había educado para que desarrollase un temor supersticioso hacia el mundo en general. Las mujeres de condición humilde, además, se hallaban más relegadas del mundo. Tanto las mujeres de elevada condición social como las humildes eran las “hembras de los hombres”, pero no sus “compañeras adorables”. Su mente estaba llena de la mencionada superstición, de rutina religiosa, y de temores hacia cualquier idea de progreso o innovación.

Francos Rodríguez se demoraba, a continuación, sobre la educación recibida por la mujer española. La niña del ámbito rural recibía mejor educación física que intelectual. En realidad, esta última apenas iba más allá de leer regularmente y mal escribir, y comenzaba a ser dominada por el párroco que iría inculcando el fanatismo. Muchas campesinas eran plenamente ignorantes, adorando de forma brutal al catolicismo, como una verdadera idolatría. Se convertían en suspicaces y mal intencionadas, careciendo de virtudes nobles y, en consecuencia, no cumplían esa “sublime misión” a la que ya nos hemos referido.

En la ciudad, en cambio, la mujer era recluida y apartada de la sociedad, configurando una vida estrecha, con sus repercusiones en lo físico.

En general, Francos Rodríguez insistía mucho en que a las mujeres españolas se las inculcaba la religión con un ciego fanatismo, sin comprender, en realidad, el catolicismo. No se las educaba en principios morales, ni se las acostumbraba a meditar y a razonar. Su educación intelectual era, en fin, nefasta. Esa pésima educación daba lugar a la “hija subversiva, la esposa infiel, la madre inepta para cumplir con su deber”, es decir, partiendo de una intensa crítica sobre la pésima educación que recibían las mujeres españolas, la cuestión no tenía que ver con la igualdad, sino que, con esa mala educación las mujeres no podían cumplir la alta misión a la que estarían destinadas, y que tendría que ver con ser buena esposa y madre, fundamental educadora contra el fanatismo religioso que se transmitía desde el párroco hasta el seno de la familia a través de ella, la gran preocupación del movimiento laico español, que, interpretaba el poder del clero sobre la mujer, a través del confesionario y el púlpito, como una rémora fundamental para el progreso del país. Así pues, no estaríamos hablando de un alegato a favor de la igualdad de género en este trabajo de Francos Rodríguez, destilando, además, un acusado paternalismo.

El laicismo español, durante mucho tiempo, defendiendo principios de libertad y contra el asfixiante poder de la Iglesia en la sociedad española, no se planteó una clara defensa de la emancipación de la mujer en sí, sino que buscó que, indudablemente, mejorara su formación y condición intelectual pero como medio para combatir precisamente ese poder del clero. La existencia de librepensadoras, aun fuertemente influenciadas por estos planteamientos, terminaría por poner más énfasis de la emancipación de la mujer como hecho fundamental, ciertamente vinculado a la independencia de la Iglesia, pero también del dominio del hombre.

Francos Rodríguez sostenía que la masonería tenía que convertir a la mujer al librepensamiento

A continuación, Francos Rodríguez planteaba qué debía hacer la masonería para influir en esta situación educativa.

Partiendo de la convicción de que la causa de la masonería era la causa del progreso, se hacía necesario que se “filtrarse en el espíritu de las madres” con el fin de que cooperasen en el objetivo. Para hacerlo, la masonería tenía que convertir a la mujer al librepensamiento. Por eso, había que fundar asociaciones laicas en donde se enseñase a las niñas, es decir, había que fomentar la enseñanza laica entre las mujeres.

Pero Francos Rodríguez no consideraba que la mujer debía iniciarse inmediatamente en masonería, por lo menos hasta que su situación se hubiera modificado a través de la educación.

En conclusión, la masonería se convertía en un medio eficaz para combatir el fanatismo de la mujer, pero como era “menor de edad” debía ser, en primer lugar, educada en el librepensamiento a través de la profusión de escuelas laicas, porque antes era peligroso que entrara en las logias.

Por fin, en esa línea, el masón tenía una serie de deberes con su esposa e hijos, es decir, con la familia, y que pasaba por impedir que entrara la influencia religiosa en casa. También debería enseñar a sus hijos la importancia de la fraternidad universal que no era incompatible con la patria, además de defender la igualdad civil y el respeto a la cultura.

Masonería, librepensamiento y mujer en Francos Rodríguez