sábado. 20.04.2024
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Fotografía: Luis Landero por © Karina Beltrán

En El balcón en invierno Luis Landero (Badajoz, 1948) viaja al pasado para descubrir en qué momento se fraguó su vocación de escritor, su destino de hacedor de ficciones. Paisajes de la infancia, instantáneas de un tiempo ido, rostros de seres queridos para siempre fijados en la memoria, ráfagas de dicha y de dolor, conforman un recorrido biográfico cargado de autenticidad, en el que el autor se convierte en el protagonista de su propia vida, una vida recreada desde la mirada del niño que aún permanece agazapado en su interior; del joven que se fue haciendo a sí mismo, desobedeciendo los deseos del padre y buscando a tientas el camino paralelo encerrado en el cofre de la literatura; del adulto que hoy, cualquier día, levanta los ojos del escrito que le ocupa y se pone a trazar las escalas de su particular construcción como persona.

“Como en todas las vidas, en la mía ha habido unos cuantos momentos esenciales, deslumbrantes de tan reveladores, que te sacan del alma las verdades más hondas y escondidas, y que de pronto te dicen más de ti mismo y del mundo que todos lo libros y la sabiduría de los maestros…” leemos en esta entrega que arranca con un cierto desencanto, con el escritor preguntándose por el sentido de seguir adelante fraguando novelas, dialogando con personajes inventados, peleándose con el estilo, y termina convirtiéndose en un canto a la vida. “A mí, que soy por naturaleza pesimista, me ha terminado saliendo un libro luminoso”, señalaba el autor el día que tuvo lugar esta conversación, una mañana de mediados de octubre, en su casa del barrio madrileño de Chamberí, muy cerca de la plaza de Olavide.

- La primera imagen de El balcón en invierno (Tusquets) es la de un Luis Landero que confiesa estar “reñido con la literatura, saturado de ficción” y hasta aburrido de los buenos libros. De hecho la entrega arranca con el inicio de una novela fallida y con la sensación de un pesado hastío. ¿A qué responde esto?

- Bueno, hay ocasiones en las que sentimos que el oficio nos satura. Esto me pasa a mí, pero también le puede suceder al músico que en un momento dado se cansa del piano, y hasta de Mozart, o al trapecista que un día siente que le produce vértigo subirse allá arriba. Forma parte de las reglas del juego, de la insatisfacción permanente del ser humano. Cuando escribes de forma ordenada y precisa, te gustaría hacerlo de un modo más desaliñado, y viceversa. El artista siempre está buscando la perfección y la perfección es un espejismo. La música de los sueños no existe en la  realidad.

-  Ese Luis Landero llega a plantearse para qué tantos esfuerzos, para qué seguir escribiendo cuando cada vez hay menos lectores y más ofertas de ocio y entretenimiento. ¿Cuánto ha influido en estas reflexiones el presente en que vivimos, la situación de un panorama literario y editorial en el que el éxito de ventas se sitúa por encima de todo y se valora incluso más que la calidad de la obra?

- Por supuesto que influye. En este país nos las prometíamos muy felices con la Transición. Parecía que íbamos a recuperar el tiempo perdido, a ser por fin un país ilustrado, a reconciliarnos con la modernidad. Fue entonces cuando la cultura vivió un momento de efervescencia, pero, ¿en qué ha quedado todo? Se ha avanzado en cosas, faltaría más, pero si hacemos balance el resultado es desolador. La España eterna parece haber vuelto y el panorama social que vivimos conduce al escepticismo, a la incertidumbre, al desasosiego. Vemos que hay un descuido de las cosas, desde el mobiliario urbano hasta las bibliotecas, y un mal gusto en los medios, en la televisión, en los periódicos, que lo irradia todo. Y, por otro lado, estamos embrutecidos por la política. La política, que debería ser el arte de la convivencia, lo llena todo y no deja lugar para otras manifestaciones que enriquecen el espíritu, la vida. Existe un llamativo desprecio por la cultura, que está siendo descatalogada, y si a esto unimos la competencia que supone la denominada industria del ocio, mi pregunta es: ¿quién está dispuesto a pagar el precio que exige la lucidez? La lucidez tiene que ver con la lentitud, el recogimiento, la soledad, la meditación, la contemplación… Todo eso es necesario para que no nos limitemos a comprar lo que piensan los demás, para que veamos el mundo con nuestros propios ojos, con los ojos del criterio, de la originalidad.

- Al hilo de todo esto, en el libro llegas a decir que tal vez los lectores acaben convirtiéndose en una especie de secta.

- Sí. Es posible. Leer es algo que está en decadencia, aunque siempre siga existiendo un núcleo duro, una pequeña minoría maravillosa que está dispuesta a hacer ese esfuerzo que requiere la lectura y tras el que han de llegar tantísimos frutos. Lo que digo de la secta, de esa probabilidad de volver a las catacumbas, es algo exagerado, pero muy significativo. Hay una generación de lectores, en torno a los 50 años, que resiste, pero ¿va a ser sustituida por otra generación de lectores? Depende mucho de la educación, pero la educación se está subvirtiendo. El bachillerato se está vaciando de contenidos. Cada vez tienen menos importancia la filosofía, la Historia, la música, el arte… A los niños hay que transmitirles, en los colegios, en las casas, que los libros exigen un esfuerzo y que ese esfuerzo da lugar a un placer que no es comparable a otros placeres, que no se da gratis como la cultura recreativa...

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Luis Landero: “Nos la prometíamos muy felices con la transición”