domingo. 28.04.2024
boda_masonica

@Montagut5 |

Félix Sardá i Salvany (1841-1916) fue un sacerdote catalán, destacado miembro del integrismo en la época de la Restauración. Militó en el seno del carlismo, para pasar en 1888 a ser uno de los ideólogos del Partido Integrista de Ramón Nocedal. Al parecer, él fue el impulsor de que la formación se llamase así, precisamente por el carácter peyorativo que tenía el término integrista por parte de los contrincantes políticos. En 1893 fue director del Diario Catalán, órgano del integrismo barcelonés. Terminó separándose del Partido y enfrentándose a El Siglo Futuro porque defendió la necesidad de apoyar alianzas electorales con los conservadores. Se enfrentó al catalanismo y defendió una suerte de catolicismo social en Sabadell. Su obra más famosa fue El liberalismo es pecado y la obra que aquí nos interesa, Masonismo y catolicismo: paralelos entre la doctrina de las logias y la de nuestra Santa Iglesia, Católica, Apostólica, Romana, única verdadera, que publicó en Barcelona, en el año 1885.

En el capítulo once explicó en qué diferían el “masonismo” y el catolicismo con respecto a la constitución de la familia, es decir, en relación con el matrimonio, atribuyendo a la masonería el nacimiento del matrimonio civil, considerado, además, como un “no matrimonio”.

Para la masonería, y siempre según Sardá, el matrimonio nada tenía que ver con Dios ni con la religión. El hombre y la mujer se unían por una cuestión natural y sin que ninguna ley divina pudiera regular las condiciones de dicha unión. Pero como esto podía ser considerado como muy “groseramente animalesco” porque se reconocía algo superior a lo que hacían los animales, la masonería había inventado con el fin de “colorear esas uniones sin Dios” una sanción que el sacerdote catalán calificaba de falsa, y que se denominaba matrimonio civil. Así pues, el Estado ocupaba el puesto de Dios, adquiría el derecho de sancionar la unión legal de los dos sexos y de establecer determinadas condiciones.

Quitando la sanción divina al matrimonio no le quedaba más que la humana, y por muy respetable que se le supusiera, no pasaría nunca de esa condición, procediese de un rey o de un parlamento, o de ambas instituciones a la vez. La ley humana no podía dar a ese contrato de matrimonio fuerza mayor que la que daba a los demás contratos civiles que se autorizaban y legislaban. El matrimonio quedaba reducido a las condiciones de todo contrato, o a un simple trato donde cada una de las partes podía añadir o quitar las condiciones que quisieran y, por consiguiente, era la anulación completa de la ley conyugal, la abolición del matrimonio. Sardá forzaba el argumento al insistir en este aspecto de la libertad de los contrayentes porque llegaba a afirmar que aunque la ley mandase que ningún hombre podría casarse más que con una mujer, que tal enlace debía ser para siempre, y que había que cumplir una serie de condiciones en relación con el parentesco, al no hacerlo en virtud de ningún principio superior y de orden divino, sino porque así le había parecido al legislador, ya fuera “monárquico o democrático”, es decir, por el mero juicio humano, cualquier ciudadano podría cuestionar lo que había dictado la ley. Si se arrojaba por inútil a Dios del contrato conyugal, se preguntaba nuestro protagonista, por qué había de meterse en el mismo la vara del alcalde o del juez.

Frente al matrimonio civil, obra de la masonería, estaba el principio de que la institución matrimonial era divina

El problema estaba en que la ley humana, al privarse ella misma de su fundamento en la ley de Dios, podría cambiar en el futuro. La votación de un parlamento podía decir un día lo que era un matrimonio, pero mañana podía regular el matrimonio bajo otros principios. Así pues, la formalidad sacra del vínculo conyugal, como base de la familia, dependería siempre de mayorías parlamentarias que resolviesen en cada momento lo que estimasen oportuno.

Frente a este matrimonio civil, obra de la masonería, como hemos dicho, estaba el principio de que la institución matrimonial era divina. Era un sacramento.

Para terminar, no podemos resistirnos a una observación. ¿Están muy alejados los argumentos actuales de la Iglesia y de los sectores más conservadores e neointegristas de nuestro tiempo empleados contra el matrimonio de personas del mismo sexo de los que Sardá hace casi ciento cincuenta años expuso sobre el matrimonio civil?

El integrismo sobre la creación del matrimonio civil por la masonería