martes. 19.03.2024
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Mussolini permitió la existencia de capellanes en las milicias y organizaciones juveniles fascistas, obligó a que las aulas y los tribunales fueran presididos por crucifijos, y estableció la obligatoriedad de la enseñanza de la religión católica en la escuela pública

@montagut5 | Algunos historiadores consideran que uno de los grandes aciertos de la política de Mussolini tiene que ver con su política religiosa. La cuestión no es si fue acertada o no sino que supuso un cambio profundo en relación con lo acontecido en la época liberal anterior, dada las malas relaciones entre el Estado Italiano y el Papado desde que se había completado la unificación italiana. Otro aspecto que debe ser tenido en cuenta a la hora de estudiar este capital asunto de la historia italiana es el de la complejidad de articular el totalitarismo fascista con la doctrina católica.

Como es bien sabido, el Papado y el Estado italiano tenían un grave contencioso no resuelto por la incorporación de los Estados Pontificios a la nueva Italia. La Iglesia no había reconocido al Reino de Italia. Mussolini estaba dispuesto a solucionar la cuestión por cálculo político. Era consciente de que la mayoría social italiana era católica y no convenía seguir con la política seguida hasta entonces. Conseguir el apoyo de la Iglesia y de los católicos si se solucionaba el contencioso sería una jugada maestra para consolidar el fascismo. Mussolini siempre fue un oportunista nato. En esta ocasión la jugada política le saldría bien. No siempre fue así, como cuando se subió al carro victorioso de Hitler, pero eso es otra cuestión. Por su parte la Iglesia también había comprendido desde el triunfo de la Revolución Rusa de 1917 que había que llegar a acuerdos con el Estado italiano ante su miedo al comunismo. En este sentido es importante citar cómo la revista jesuita La Civiltà Cattolica apoyaba la existencia del fascismo como un mal menor. Hubo grupos católicos profascistas como  la Unione Nazionale, fundada en 1923. En todo caso, como veremos, la postura de los católicos hacia el fascismo no fue unánime y hubo destacados personajes muy hostiles al mismo.

Los primeros acercamientos entre la Iglesia y el Estado ya se habían dado en 1919 con el gobierno Orlando en París a través del nuncio Cerretti en París. Ahora Mussolini había accedido al poder y frenado al potente movimiento obrero italiano. Había que procurar un acercamiento.

Mussolini comenzó las maniobras de acercamiento a la Iglesia introduciendo cambios en la administración en sentido favorable a la religión. Permitió la existencia de capellanes en las milicias y organizaciones juveniles fascistas, obligó a que las aulas y los tribunales fueran presididos por crucifijos, y estableció la obligatoriedad de la enseñanza de la religión católica en la escuela pública. Además, reconoció la enseñanza privada, casi toda ella en manos de la Iglesia, a través de una prueba o examen de estado. Pero también es cierto que el Duce frenó en seco la presencia católica en la política. Suprimió el Partido Popular Italiano (PPI) y el sindicalismo católico. También limitó a las organizaciones juveniles y deportivas regidas por la Iglesia. En un Estado totalitario fascista solamente cabía el partido único y el corporativismo. Este era un claro punto de fricción con una organización como la eclesiástica que, a pesar de las malas relaciones desde el siglo anterior, tenía una presencia constante en la sociedad italiana. Pio XI se quejó pero no se empeñó en la crítica porque subyacía la necesidad de llegar a acuerdos.

Por fin, en 1925 las dos partes se sentaron a negociar. En 1929 se firmó el Tratado de Letrán. En realidad estamos hablando de tres Acuerdos o partes. En primer lugar, habría un tratado político por el que la Santa Sede reconocía el reino de Italia y a Roma como su capital. A cambio, el reino italiano reconocía la Ciudad del Vaticano como Estado soberano. Se trataba de un hito histórico que cerraba más de medio siglo de desavenencias y enfrentamientos, y que Mussolini explotó como un gran éxito diplomático. En segundo lugar, había un acuerdo de tipo económico que liquidaba la deuda del Estado italiano con la Santa Sede mediante el pago de 750 millones de liras y 1.000 millones en títulos de renta italiana con un interés del 5% anual. Por fin, había un concordato, por el que se estipulaba la independencia de la Iglesia y se regulaba un estatuto especial para sus miembros, además de la confirmación de la enseñanza del catolicismo, y el control eclesiástico sobre los matrimonios, aspectos que permitían una interrelación evidente entre el Estado y la Iglesia, y que no había habido anteriormente.

Pero los problemas aparecieron muy pronto a la hora de interpretar algunas cuestiones de los Acuerdos. El Estado fascista italiano y la Iglesia Católica nunca rompieron relaciones pero mantuvieron una tensión creciente durante toda la existencia del primero. Pío XI se alarmó ante el acercamiento de Mussolini a Hitler. En este sentido, publicó una encíclica en 1938 donde establecía la incompatibilidad entre el nazismo y la doctrina católica. La tensión creció mucho a partir de ese año. Algunos creyeron que con el nuevo Papa, Pío XII, las relaciones se romperían pero no fue así. Por su parte, los populares (PPI) de Sturzo siempre sintieron una gran aversión hacia el fascismo y se puede considerar que fueron una clara oposición interna por sus críticas, algo que irritaba sobremanera a Mussolini, que llegó a amenazar en 1932 al Vaticano con lanzar los camisas negras contra ellos si no se les frenaba. Por fin, en 1933 se encarceló a algunos de sus líderes como Donati y De Gasperi.

Iglesia y Estado en la Italia fascista