lunes. 13.05.2024
Havana-Backstage

Carlos Valades | 

Han pasado ya más de 27 años desde que Ry Cooder produjo el álbum Buena Vista Social Club. Investigador incansable de la world music, reunió al dream team de la música tradicional cubana en un discazo que catapultó a las estrellas Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Omara Portuondo, el bajista Orlando “Cachaíto” López, el guitarrista Elíades Ochoa y el pianista Rubén González, entre otros. Ese álbum vendió más de 8 millones de copias en todo el mundo y dio lugar a un documental que dirigió Wim Wenders, director que ya había trabajado con Ry Cooder en Paris, Texas.

El festival Havana Backstage empezó pronto, con las chicas de la Habana, seguidas de los Chocolatinos, encargados de ir calentando el ambiente. Entré con un ojo puesto en el cielo tras las últimas lluvias torrenciales de Madrid que obligaron a cancelar algún concierto del Primavera Sound. El tiempo meteorológico fue benevolente y las nubes se marcharon dando lugar a unos de esos atardeceres mágicos. De Madrid al cielo.

Los miembros de Social Club calentaban a los asistentes con las versiones del corazón partío o bailar pegados, todo ello filtrado por la sonidera cubana. Lograron que este humilde redactor no parase de mover las caderas en el tiempo que estuvieron en pista, un logro al alcance de muy pocos. Y es que este sonido caribeño se mete tan dentro, te obliga a seguir el ritmo aunque no quieras, en una extraña posesión musical, un gozo que sabe a mojito y sal.

Y en ese influjo habanero, un pedacito del malecón ya se había instalado dentro de cada uno de los que allí estábamos. Para cuando salieron a escena las estrellas de Buenavista, espiritualmente me hallaba en la bodeguita del Medio. Los acordes de veinte años atrás, interpretados por Pancho Amat, me sumieron en una melancolía disfrutona. Afloraron sin esfuerzo los recuerdos de mi primer viaje a Cuba, un road trip de fresa y chocolate, una travesía en la que miramos con tristeza un amor que se nos va.

Pero compays, no dejemos el camino para coger la vereda que luego vienen los líos. Y así, Ibrahim Ferrer nos observaba complaciente desde el cielo estrellado, bailando bajo sus acordes. Entonces la metalería hizo su aparición salsera. Javier Salva al saxo y Manuel Machado a la trompeta pusieron al Tierno Galván a danzar con la mulata rumbera.

Sin pausa, las maracas de El manisero. Una vez más esa sensación de estar bajo una palmera en alguna playa recóndita de Baracoa con un cucuruchito de maní. Y una piña colada, compays. Soñar es libre.

Orgullecida, la siguiente canción del repertorio, dejó una atmósfera de jazz, la mezcla perfecta entre Compay Segundo y el clarinete de Woody Allen, un abrazo musical entre la isla y su vecino más cercano.

Pancho Amat nos llevó de la mano de su guitarra al barrio de la Cachimba, directos al cuarto de Tula. Para entonces el ambiente, en combustión permanente, no necesitó de más candela. La tremenda corredera que formábamos no cesaba de bailar.

Dos gardenias puso la guinda a este espectáculo que me llevó de vuelta a las calles de Cienfuegos, al Floridita de la Habana, a compartir un puro con los guajiros de Pinar del Río y a ver atardecer entre las calles de la Habana Vieja. Viva Cuba Libre!

Havana Backstage 2023, un pedacito de Cuba en Madrid