miércoles. 15.05.2024

Ádrian Sanz González | @AdriSanz16666

“Qu' est-ce que c'est que dégueulasse?” Así finalizaba À bout de soufflé, la primera obra maestra de Jean-Luc Godard, y al mismo tiempo, daba comienzo uno de los movimientos que abriría la puerta al cambio.

En su carta de amor al director francés de Pierrot le fou, el director Arturo Prins se atreve a poetizar su encuentro con él, y a reencarnarlo en el cuerpo de un niño de Buenos Aires. Dos locas ideas que finalmente convergen en un viaje de análisis, mostración y reconocimiento de la carrera de Jean-Luc Godard.

En 1960, un director italiano, un director francés y un director británico tenían una visión muy diferente de hacer cine. Uno nos dejó sin saber qué le paso a la misteriosa Anna y se quedó con los silencios de una pareja capaz de comunicarse –L'avventura de Michelangelo Antonioni–. Luego, el otro rompió con todas características formales y narrativas que podía romper, y homenajeó todo aquello que había convertido a Humphrey Bogart en el actor por excelencia del cine noir À bout de soufflé de Jean-Luc Godard–. Y, por último, el otro se convirtió, sin saberlo, en el director en realizar la escena más famosa de toda la historia del cine, matando, para sorpresa de todos, a la ya más que reputada actriz Janet Leigh –Psycho de Alfred Hitchcock–. Un cine, que, a partir de aquel año, nunca volvió ser el mismo. 

La comicidad que genera la presencia de un mini-Godard es, al final de todo, una idea reverente

Y lo mismo sucedió cuando el cine perdió al último de estos tres directores el 13 de septiembre de 2022. A los 91 años, el director de Alphaville se despidió del cine. Sin embargo, Arturo Prins, en una carta de homenaje y de cariño al director que le cambio la vida, busca resucitarlo, mostrándole al mundo una de las últimas imágenes del director vivo y como, alguien tan importante como él, se ha reencarnado en el cuerpo de un niño.

Una situación, que, desde lo absurdo, funciona. El gran conocimiento que demuestra desde su voz en over, Arturo Prins, deja claro que, gustándote o no su dedicatoria al miembro de la nouvelle vague, todo lo hace desde la absoluta comprensión y admiración hacia él. 

Y ya digo, la comicidad que genera la presencia de un mini-Godard es, al final de todo, una idea reverente. Un reemplazo, que, desde irracional, genera una simpatía que, si el director pudiese ver el mediometraje, también disfrutaría. 

La belleza y el conocimiento sobre uno de los padres del cine, y hacerlo con tanto talento, es de admirar

No obstante, creo que parte de la belleza que oculta la cinta –ver a Godard una última vez– queda ensuciada si eres conocedor del momento en el que se encontraba el director y de la propia información que te brinda Je n’ ai ríen à dire. Queda rancio y de mal gusto, por muy fanático que uno sea, que el director priorice la captación del momento, en vez de disfrutar del momento. Y, además, sabiendo que el director, de forma educada y elegante, le está pidiendo que no quiere responder a ninguna de las preguntas, y que quiere volver a su casa.

Es cierto, que, al fin y al cabo, no está perturbando su privacidad, porque no entra de manera ilegal en su casa. Pero siento que, si hubiese estado en el lugar del director y delante de mis referentes, no hubiera querido molestarle ni presionarle de una forma tan directa y repetitiva.

Aun así, la belleza y el conocimiento sobre uno de los padres del cine, y hacerlo con tanto talento, es de admirar. Conocer tanto a una figura, hasta el punto de dedicarle y hacerle un metraje, es precioso. 

'Je n'ai rien à dire': Godard, uno de los mayores cómplices del cine