viernes. 26.04.2024
ibañez

Jugábamos al bote-bolero. Jugábamos a tantas cosas, pero vamos que al bote-bolero también jugábamos, entiéndemealoquetevoy, que diría mi amigo Pepe, quien, por cierto, es el protagonista de esta historia.

Sucedáneo pedestre del juego del escondite, el bote-bolero sustituye la pared donde el que la liga cuenta hasta cien, o así, mientras los demás se esconden, por un bote o por cualquier objeto que haga las veces de bote, algo pateable, arrojable a cierta lejanía. Bueno, el bote-bolero, y Pepe, mi amigo Pepe. Ahí voy.

El caso es que, es curioso, desde el momento en que pensé que contar cómo fue aquella primera vez en que vi fumar a un amigo mío podía tener su gracia hasta ahora mismo que estoy intentando plasmarlo aquí en la pantalla, que no sé si es tu pantalla o tu libro, o tu yoquesé ahora que lo lees, el caso es que, entre tanto, ha ido perdiendo para mí no ya el interés o el misterio sino la vis cómica que creía haber detectado en su rememoración.

Unos segundos. Voy a intentarlo.

Alejop.

Alejop y saltamos Pepe y yo el muro que separaba la sacristía de la iglesia de nuestro barrio de un garaje, y ya tras la pared, ocultos, a sabiendas de que probablemente fuera ese el primer sitio donde miraría el que la pochaba, me quedo estupefacto, con esa cara que ponemos cuando sabemos que nada nos va a salvar y que el culpable está ahí, enfrente de ti, a tu lado, absorto en su desparpajo. Humo. De la boca de Pepe salía humo, no me explico cómo diantres había podido encender aquel cigarro, un cigarro, sin que yo lo hubiera advertido, en medio de la pirueta necesaria para salvar el murete y escondernos. Un cigarro, te cagas.

Yo no sé si le llegué a decir a Pepe que si sabía lo que estaba haciendo, que si nos veían se nos iba a caer el pelo, que quién demonios le había dado ese cigarro, que desde cuándo fumaba, que por qué fumaba, que si lo sabían sus padres, que si sabía fumar calándolas y todo eso, que si… Y ahora, recordando aquella media mañana, serían la una de la tarde, era la una de la tarde, que habría dicho el poeta de merecer un poema aquel bote-bolero, recordándola, digo, me veo a mi con 12, con 13, con catorce años a lo sumo, junto a mi amigo Pepe, que era y sigue siendo, claro, de mi edad (me saca unos días), me veo, y sí, sigo, con una cara de panoli, con el rostro de un niño que no sabía, ni podía saberlo, que no sólo la vida iba en serio sino que crecer es de valientes.

Entiéndemealoquetevoy