jueves. 25.04.2024
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Reseña de La Venus de las pieles de Leopold von Sacher – Masoch. Recomendado por Sergio Sancor Tusquets Editores.


El erotismo tiene numerosas caras. La libertad sexual, las infinitas formas de disfrutar del sexo, de dar rienda suelta a la sensualidad y aquello que ensalza las pasiones, es lo que define las relaciones sexuales de nuestra época. Somos, o al menos lo presupongo, libres para disfrutar de una intimidad que llena nuestra líbido y convierte nuestro cuerpo en materia para el deseo y, en ocasiones, el dolor. Pero en esa libertad se encuentra una cárcel porque, como dijo Jean Paul Sartre, el ser humano está condenado a ser libre, y en su condena, sólo cabe preguntarse para qué existe el deseo, por qué el Eros y el Thanatos se unen, convirtiendo la existencia en un látigo que atraviesa la carne.

La historia de Severin, enamorado hasta la extenuación de la carnal Wanda, y de cómo en su infinito devenir por el mundo, acabará arrodillado a los pies de una mujer que, enfundada en pieles, convirtiéndose en el esclavo de todos sus deseos, enardece el sentimiento de lo erótico, lo eleva, en una suerte de narración, ya clásica, que Leopold von Sacher – Masoch construyó en 1870, cuando la sociedad vivía la sexualidad con las consecuencias de la represión, y que sólo puede entenderse si el lector contextualiza la obra y entiende que, para aquella época, para aquellos seres que nos parecen tan distantes en el tiempo, supone una revolución en cuanto a temática, en cuanto a descripción de los placeres que, fuera lo divina y cercano lo terrenal, refuerzan la idea de que el placer, el sexo, lo erótico, se fabrica de diversas formas, se vive con intensidades diferentes, en una especie de juego de guardianes y prisioneros donde, cada uno, tiene su papel encima del escenario.

Uno de los presupuestos básicos en los que se fomenta, según la disciplina de la Psicología, este tipo de relaciones que se describen en La Venus de las pieles es la complementariedad. De la misma forma que hay un verdugo, para que éste exista, debe haber una víctima, y viceversa. En eso consiste el masoquismo. Ambos, tanto Severin como Wanda, serán el reverso del otro, dos eslabones de la misma cadena, imágenes que devuelve un mismo espejo deformado por el deseo, por la necesidad de una intimidad repleta, no de un sexo explícito, pero sí de una sensualidad que, cercana a la obsesión, convierte el amor en esclavitud, en postrarse frente al otro, en sexo que deriva en un dolor físico, que puede tocarse y sentirse, enraizado en una relación que sólo puede hablar de lo que es realmente el ser humano: un cuerpo encadenado a sus pasiones, que se destruye a sí mismo, a través de los placeres de la sangre y la carne.

Los cuerpos frente al espejo del masoquismo