sábado. 20.04.2024
Sorolla
Joaquín Sorolla: “El grito de Palleter” (1884)

En un anterior artículo sobre los conflictos rurales en la época de los Austrias terminamos con el estudio de la Segunda Germanía en Valencia de 1693 que finalizó con la derrota de los agermanados. El régimen señorial en el campo valenciano siguió siendo muy duro en siglo siguiente, generando tensiones y conflictos, seguramente los más continuos e intensos de todo el campo español del XVIII. En este nuevo trabajo abordaremos esta cuestión.

El siglo comenzó con la Guerra de Sucesión, y en el ámbito rural valenciano se produjo una situación peculiar, y que confirma que no toda la población de los reinos de la Corona de Aragón se alineó automáticamente con el archiduque Carlos. Los campesinos sí lo hicieron porque recibieron promesas favorables a sus demandas seculares: bajada de tributos, rebaja de las prestaciones u obligaciones señoriales y hasta reparto de tierras. En contraposición, la nobleza valenciana optó por la causa de Felipe de Anjou, que, como es sabido, al final resultaría la que vencería. Si en el plano institucional Valencia perdía sus fueros con la aplicación de un Decreto de Nueva Planta, en el ámbito rural supuso el mantenimiento, cuando no el recrudecimiento del régimen señorial. Felipe V recompensaba, de esa manera, la fidelidad nobiliaria.


Imagen de la Guerra de Sucesión Española

Durante gran parte del siglo XVIII los campesinos valencianos pleitearon para que se les rebajasen los tributos y las prestaciones derivadas del monopolio señorial de servicios, así como las relacionadas con el gobierno y la administración de justicia. Recordemos que en los señoríos jurisdiccionales los señores ejercían el gobierno a través del nombramiento de las autoridades locales e impartían justicia. Los campesinos pretendían, además, incorporarse a las tierras de realengo, es decir, pasar a ser dependientes de la Corona porque ya no estarían sujetos a las duras condiciones del régimen señorial. Pero los objetivos campesinos no se cumplieron en los tribunales. La vía legal no funcionó, y quedó como alternativa la contestación.

En 1766, año clave por la concentración de conflictos en toda España, el antiguo reino de Valencia tembló. En varias ciudades estallaron motines de subsistencia, en otras localidades más pequeñas pero de realengo hubo disturbios relacionados con los impuestos municipales, y en diversos territorios sujetos al régimen señorial se produjeron motines protagonizados por jornaleros y campesinos pobres. En las localidades pertenecientes a señoríos también se dieron motines pero protagonizados por trabajadores. En villas y ciudades se destruyeron los símbolos del poder señorial como los emblemas, se destituyeron a autoridades, se derogaron monopolios señoriales y se estableció la libertad de comercio para los productos agrícolas, ya que en estos lugares también era un monopolio señorial. Por fin, los amotinados proclamaron que las poblaciones, villas y campos se incorporaban a la Corona. Pero terminaron por fracasar y ser reprimidos.

El recuerdo de 1766 perduró, como continuó el oneroso régimen señorial valenciano, por lo que en 1801, ya en tiempos de Carlos IV, volvió a encenderse la mecha de la conflictividad. Un conjunto de localidades de la huerta valenciana se amotinó, negándose a pagar las cargas señoriales. También estas revueltas se saldaron con el fracaso. Hasta que no se abolió el régimen señorial con el triunfo del Estado liberal la situación de muchos campesinos valencianos siguió siendo asfixiante, quizás la más terrible de España.

La conflictividad social valenciana en el siglo XVIII