sábado. 27.04.2024
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Karen Darlene Arretureta |

Una mano aferrada a la arena de una playa desierta en Malia (Creta) es uno de los fotogramas que mejor reflejan el pánico de Tara en ‘How to have sex’. Ese terror se convirtió en culpa cristalizada en su mirada, pocos minutos después. Y, al final en un Duty free cualquiera, se transformó en pena. Ella, que con 17 años se aventuró a un mundo sanguinario que, sin saberlo, la desprotegía ante una bestia que la sociedad lleva engendrando desde sus inicios. Ella, que observó con dudas al espejo mientras un vestido verde fluorescente se sentía ajeno a su piel. Ella, que debía obediencia a un sistema que primó el placer masculino a su propio bienestar.

Molly Manning Walker dirigió a Mia McKenna-Bruce (Tara) en un filme que retrata el consentimiento más allá de un monosílabo. Tara dice “sí” mientras Paddy (Samuel Bottomley) se tumba sobre su cuerpo, el mismo que está agotado por la fiesta, ebrio por el alcohol y aterrado por quien parece creer tener derecho a poseerlo. Su cuerpo no era propiedad de Paddy, pero había sido condicionado a pertenecer(le). La validación masculina mutó el lenguaje de imposiciones explícitas a silenciosos actos de permanencia, avalados por un sentimiento comunitario de aceptación. El sexo se vuelve un ritual de pase a la adultez colmado de expectación por el ‘quién’ y el ‘cuándo’, pero nunca por el ‘cómo’.

A Tara la acompañan Em (Enva Lewis) y Skye (Lara Peake). Las tres amigas desembocan en una vorágine donde la fiesta se pinta como celebración y disfrute, sin dejar ver el trasfondo sórdido detrás de sonrisas, alcohol y felaciones públicas a modo de entretenimiento. Un pie en la discoteca y de los planos brotan luces cegadoras y la música ensordecedora que contamina el ambiente. Parece que el mundo se les va a caer encima, como si la adrenalina saliera de los cuerpos desesperados por chocar unos contra otros. Los ojos de quien los ve, podrían perderse con facilidad entre una toma y otra. Sin embargo, es Tara quien se presenta a ese universo casi por primera vez, inconsciente de que las reglas no son iguales para todo el que lo habita.

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La directora ya había planteado estas temáticas en trabajos previos como su cortometraje ‘Good Thanks, You?’ (Reino Unido, 2020) y no solo su filmografía destaca la cultura de la violación como un germen instaurado en la estructura social, también ‘Not a Pretty Picture’ (Martha Coolidge, 1975) recientemente restaurada y reestrenada en el Festival de Berlín. Prevalece un supuesto estatus preferente hacia la víctima, en cuál debería ser su comportamiento ante la agresión y en qué momento su dolor molesta a quienes la rodean.

Entre ellos va por delante la hermandad, esa fidelidad sin sentido entre el agresor y el grupo que le acompaña. Badger (Shaun Thomas) y Paige (Laura Ambler) se devuelven la mirada en un momento de complicidad tras saber que había ocurrido algo entre Tara y Paddy. Viajan, festejan y conviven diariamente con esta persona, en un intento absurdo de aceptación que realmente fluctúa a una apatía hacia las personas que este decide atacar. Ese perpetuo silencio ante el maltrato, dejando bajo la mesa toda la pudrición que empuja su modus operandi. La violencia naturalizada que se extrapola a las esferas sociales desde edades tempranas, que enseña a callar, obedecer y abusar.

'How to have sex' y la aparente contracultura del consentimiento