viernes. 29.03.2024
camas

Las camas gritan, están gritando muy alto. Me ponen los pelos de punta. Se quejan con la desesperación de los cerdos cuando son atravesados por el punzón afilado del matador. Agonizan, lloran con un lamento empapado de muerte, están destripadas y panza arriba, con las sábanas enfangadas y caídas hacia el piso, como miles de brazos inertes.

Las camas del hotel gritan de forma tan furibunda que las oigo desde mi propio cuarto. Me pregunto cómo es posible. Pero sí, las oigo. Están aquí a mi lado, en mi lecho, me gritan al oído. Su estrés rebota dentro de mi cabeza como el badajo de hierro dentro de una campana. Las camas escupen con ansiedad la mugre de los cuerpos sudados, cubiertos de pelos que se clavan como finas astillas podridas en los tejidos y me despiertan en mitad de la noche, o de madrugada, o dos horas después de acostarme. Me despiertan todos los días. Un día tras otro, en este infierno de camas y camas por hacer al precio de un euro y medio la pieza.

Cuando me levanto por las mañanas tengo los ojos secos y gordos. Los párpados, hinchados por los efectos de los gritos nocturnos, me dificultan la visión clara de las cosas y me pesan las piernas como sacos de arena. Hago un esfuerzo por encima de mis posibilidades y salgo a la calle con un café y un par de analgésicos en el estómago, que una hora después parece una olla repleta de rescoldos.

Mi estómago no importa. Mis piernas no importan. Mi cabeza no importa. Tengo que llegar al hotel lo antes posible. Las camas no pueden esperar, están en las últimas, necesitan que las asistan con urgencia, se precisan manos… miles de manos firmes y fuertes para recuperar todas esas camas despanzurradas y dolientes, todas esas camas moribundas y agonizantes que esperan el contacto firme de las manos para resucitar.

El encargado ya está ahí esperando, y me apremia, me apremia dando palmadas detrás de mí para que suba corriendo y me ponga con ellas. Cuando subo a la primera planta la cabeza me va a estallar. Los gritos y los lamentos de las camas son insoportables, no sé si podré salvar alguna, están casi todas en las últimas. Abro las puertas del corredor del primer piso y me decido por la 111, que parece la más urgente. Presencio un espectáculo que me supera. Atroz.

La cama es grande, más grande de lo normal, es una de esas camas especiales de tamaño descomunal y se encuentra completamente desangrada. Tiene las tripas fuera y sus sábanas caen como los brazos flojos y abatidos de un soldado destripado en medio del campo de batalla. Tiene una hemorragia que no puedo sujetar y se me va, se me va…se me va a morir…No, No, No!!! No puedo comenzar el día así, con una cama muerta…

Una cama muerta al inicio de la jornada me invalida el día…ya no seré capaz de superar esto…este dolor, esta cabeza que me va a estallar, estas piernas que no me obedecen, estos riñones que no sé si son míos o me los han trasplantado de una cerda…ya no lo soporto…comenzar así el día, sin ayuda, sin nadie más que asista este desaguisado…no sé si llamar al encargado para que certifique la muerte de esta cama gigante o si continuar con el siguiente cuarto, el siguiente cuarto, el siguiente cuarto…del que sale una luz brillante, la luz de un sol cegador…

Ufff!!, ¿qué hora será? Dios! Mierda! Me he quedado dormida…si es que no puede ser, no puedo continuar así, tomando pastillas para dormir, pastillas para levantarme, pastillas para poder andar, pastillas para que no me estalle la cabeza, pastillas para poder soportar este dolor de riñones, este trabajo a destajo de temporada alta…a euro y medio la pieza, ¡menuda mierda! ¡Y sin convenio ni hostias! ¡Que se ha ido todo al carajo con esta crisis! ¡Qué nuestro trabajo no vale una mierda! Y con este calor pringoso que hace en las islas…sofocante, y venga camas, y una cama tras otra, y venga temporada alta, y venga habitaciones, limpia, friega, recoge, dejas las camas listas, estiradas, bien colocadas, y los detalles para los clientes… que no se te olviden los malditos detalles… ¿cuántas habitaciones hice ayer?, ¿treinta?, ¿cuarenta?, ¿cuarenta camas?

No me extraña que tenga pesadillas.


Texto y foto: Carmen Barrrios

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