martes. 19.03.2024

tortillaEn los últimos meses hemos asistido a distintas controversias de carácter alimentario marcadas por la masificación industrializada de la producción. Por un lado, distintos grandes grupos de distribución franceses anunciaban que para el año 2020 dejarían de vender huevos de gallinas hacinadas en jaulas, con todo lo que ello implica para la producción en general y para el sector mismo de manera particular. Por otro lado, asuntos como la controversia ligada con el panga, un pescado barato importado principalmente de Vietnam, producido también masivamente en espacios reducidos y que causa gran preocupación debido al deterioro ambiental y la contaminación que ocasiona su cultivo intensivo. Una vez más, la producción alimentaria más controlada y segura de la historia (que es sin duda la que tenemos hoy en día), pero también más masificada e industrializada que nunca, hace saltar las alarmas a distintos niveles, afectada tanto por problemas varios de tipo medioambiental, sanitario o ético asociados con su producción como, en consecuencia, por una cada vez mayor desconfianza de la población en relación con los alimentos que consume.

A pesar de toda la información de todo tipo de que disponemos, desde la más específica del alimento -habitualmente en las etiquetas-, hasta la difundida por los medios de comunicación, nos encontramos en un momento en el cual el público se aleja cada vez más del conocimiento sobre la cadena alimentaria y pierde control e información sobre la misma. Generalmente, se conoce el trayecto que va desde el mercado o el supermercado hasta el plato, y a veces ni siquiera tanto. Hace pocos días, un activista alimentario comentaba que es bueno saber lo que pone en las etiquetas alimentarias, pero mucho mejor aún es consumir alimentos que no lleven etiqueta.

A nadie se le escapa que, ligada a determinados movimientos sociopolíticos, la promoción del hecho de comer de manera responsable o. como mínimo, consciente, gana cada día más terreno. Y aquí juega un papel importante el discurso que antepone el bienestar y el trato justo hacia los animales en el marco de la industrialización (en ocasiones despiadada) de la producción alimentaria, sin tener en cuenta factores cualitativos ni económicos. Se trata, de todos modos, más de un pensamiento de carácter ético que alimentario o económico per se. Y esto es importante tenerlo en cuenta.

logo-triptolemosLa reflexividad del consumidor y en muchos casos, como decimos, la concienciación ética e incluso el activismo político ligado a la utilización animal o a la producción ecológica son vías que buscan responder a estos y otros retos. Una filosofía alimentaria que, en términos generales, incluye aspectos relacionados tanto con la responsabilidad a la hora de producir y con la calidad de los productos como con la sostenibilidad del territorio y, por ende, con la salud percibida.

Estos procesos, que buscan el empoderamiento y la consciencia activa del consumidor, no se encuentran desconectados de aquellos que sitúan en su mismo centro la industria alimentaria, sino que corresponden a distintas tendencias que actúan dentro de un mismo sistema. En todos los casos, las preguntas planteadas suelen ser las mismas: producción, cantidad, alcance, precio, efectividad, seguridad, sostenibilidad, ética… Lo que varía es el orden de prioridades de las mismas: aquello sobre lo que ponemos el foco, y qué estamos dispuestos a modificar o a sacrificar por ello.

F. Xavier Medina | Universitat Oberta de Catalunya (UOC), patrono de Fundación Triptolemos | Director de la Cátedra UNESCO “Alimentación, Cultura y Desarrollo”

El precio de comerse una tortilla