sábado. 20.04.2024
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La reciente desaparición de canales puede ser el inicio de un panorama en el que la TDT quede muy disminuída frente a la televisión satelital, por cable o por IP

La celebración el 21 de noviembre del Día Mundial de la Televisión nos ha pillado a los españoles enfangados en el proceso de liberación del llamado “dividendo digital”. Proceso que, como a estas alturas ya casi nadie ignora, supone desplazar una serie de canales de televisión de su emplazamiento original, con el fin de que esa parte del espectro radioeléctrico pueda ser ocupado (mediante pago, de ahí lo de “dividendo”) por los operadores de telecomunicaciones para el despliegue de sus servicios de banda ancha.

Aunque se trata de una decisión estratégica a nivel mundial, conocida desde hace más de un lustro, España ha acabado por acometer este cambio en las frecuencias in extremis y en el tiempo de descuento, de modo que, en estos momentos, apenas nos queda mes y medio para que los canales afectados dejen de emitir en su antigua ubicación. De aquí a entonces, los ciudadanos tenemos  que resintonizar nuestros televisores, y, en algunos casos, especialmente en el de los edificios de viviendas, debemos adaptar los equipos de recepción de señal, y hacerlo del modo adecuado para poder optar a las ayudas previstas por la Ley. Pasado el Rubicón, vendrá la segunda parte, que son las posibles interferencias que puedan producirse entre las señales de televisión y las de telefonía (especialmente en viviendas unifamiliares), y que en su momento habrá que gestionar.

Más allá de estas incidencias, lo que verdaderamente está en juego a medio y largo plazo es la propia existencia de la TDT en el nuevo entorno audiovisual. Por un lado, porque ya se anuncian sucesivos dividendos digitales con los que ir liberando cada vez más espectro a favor de la banda ancha y sus indudables beneficios, aunque es esperable que los avances tecnológicos en la optimización de dicho espectro impidan la desaparición total de la televisión terrestre.

Pero, sobre todo, porque tras el ya olvidado apagón analógico, la televisión digital terrestre nos ha proporcionado, con todas sus carencias, incluida la proliferación de cadenas bizarras de ocultismo y contactos,  una oferta en abierto muy variada, en la que conviven contenidos generalistas y temáticos (infantiles, series, películas, deporte, información). Y esa oferta es, según determinadas voces de la industria audiovisual,  el principal obstáculo para el desarrollo de la televisión de pago, a la que ven como único modelo de negocio posible para un medio que ya no puede sostenerse sólo a base de vender espectadores a los anunciantes.

La reciente desaparición de nueve canales, y la posible desaparición de otros ocho,  por cuestiones legales (si bien es cierto que con el dividendo digital volverán algunos vía concurso) puede ser el inicio de un panorama en el que la TDT quede muy disminuída frente a la televisión satelital, por cable o por IP, que por supuesto serán de pago. Televisiones de pago, además, cada vez más hegemónicas frente a unas televisiones públicas en estado casi comatoso y unas televisiones comunitarias que la propia Ley que debería garantizarlas se ha preocupado de embridar.


Por Alejandro Perales | Presidente de las Asociación de Usuarios de la Comunicación (AUC)

El dividendo digital y el futuro de la TDT