viernes. 29.03.2024
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Foto: Europapress.

Momentáneamente soy testigo y parte de esa parva de alucinados seres que lloran, besan la camiseta de su selección, y a grito pelado exteriorizan esa suerte de patriotismo a contramano que en estas latitudes suele despertar el deporte más popular del mundo. Retengo algunas imágenes que la historia repasará cuando el tiempo de efemérides así lo indique. Con el mismo asombro o la misma indiferencia observo el fervor de los ganadores, la congoja de los perdedores o la vergüenza de los humillados. Busco el titular en las portadas, me detengo en la imagen que ilustra el triunfo o la derrota, veo las mejillas abanderadas que despinta en vertical una lágrima de felicidad o de tristeza, leo el análisis de los especialistas, leo lo que todos leen, leo Messi en todas partes.

En estas instancias escasean vuvuzelas y banderitas plásticas, de modo que algunos recurren al cajón de los recuerdos para sacudir el polvo de una albiceleste de la época de Kempes y salir a la calle empatriado para decirle al mundo que otra vez estamos en la final, para gritar a los cuatro vientos un “Vamos Argentina”, o para conminar a Brasil a decirnos qué se siente.

“El fútbol es popular porque la estupidez también lo es”, dijo alguna vez el delantero de las letras Jorge Luis Borges sin que se le moviera un solo pelo. Y si la estupidez humana no tiene límites -tal como señaló Almafuerte- bien podría decirse que este empacho de algarabía que recorre el territorio argentino puede extenderse ilimitadamente si el domingo nuestros héroes consiguen la victoria frente a Alemania.  

Le acepto la puteada a esta altura del artículo, puesto que ya habrá advertido todo eso mismo que advirtió hace unos días el taxista que me apostrofó de antiargentino por mi manifiesta ausencia de emoción ante tamaño logro de nuestra selección frente a Holanda. Sin embargo déjeme decirle que si -al igual que el mencionado trabajador del volante- usted cree que no disfruto de cada triunfo de Argentina en esta disciplina deportiva, se equivoca; porque celebro al igual que usted cada gol como eso que es; o sea, un gol, un balón que da en la red del arco del equipo contrario. “Vamos Argentina carajo!!”, vocifero, al igual que lo hace usted o mi vecina que sale a la calle para que su grito se una al de todos y así conformar un único grito en coro que recorra el territorio a lo largo y a lo ancho. Pero de ahí a la felicidad hay un abismo que no consigo traspasar; quizás porque mañana cuando la resaca de la victoria se haya ya extinguido no habrá más que papelitos celestes y blancos cubriendo las calles, y ese sempiterno desencuentro nuestro volverá a ser el que siempre fue. Nuestros héroes volverán a Europa a cobrar en Euros y nosotros nos quedaremos aquí, con la satisfacción de haber vuelto a ganar la copa con la que nos embriagaremos lo suficiente como para no caer en la realidad, al menos por un tiempo. Reaparecerá la inseguridad en la portada, se nos anoticiará de un fantasma inflacionario, habrá paro de docentes, e incluso se nos pondrá al corriente de una guerra en Gaza.

Llámeme antipátria si es que así lo considera, aguafiestas si le viene mejor, o suélteme el insulto que más le plazca, pero déjeme antes ofrecerle un “Vamos Argentina” que trascienda los ajustados límites de un campo de fútbol, que llegue a todos y cada uno de los seres que en estos lares continúan esperando ese gol que no les sea en contra. Único modo, a mi entender, de sentir ese orgullo de ser argentino del que tanto se habla por estos días.  

Vamos Argentina