viernes. 29.03.2024


Decía Augusto Roa Bastos que el poder de infección de la corrupción es más letal que el de las pestes. Argentina sabe de esto, lo padeció un siglo entero, y cuando aspiraba a un “cambio” que por fin la alejara del tufo pestilente que suele  emanar desde el recinto presidencial, explota el Panamá Gate. Y junto con él, el mayor globo que el oficialismo infló hasta el cansancio durante su campaña. “Quiero ver presos a los corruptos”, decía hace tan solo unos meses el nuevo presidente argentino, disfrazándose de justiciero, de adalid de la trasparencia, mesías de la honestidad.

La impunidad de la que el presidente goza está incondicionalmente avalada por los medios de comunicación que, como prostitutas de lujo, se acuestan siempre con quienes pagan por adelantado. La batería de artilugios léxicos que estos sicarios de la comunicación emplean para disolver cualquier duda respecto de la honestidad y el buen nombre de este empresario reconvertido a presidente es tan escandalosa, que produce nauseas en aquellos que han perdido al menos diez minutos en revisar la historia política y económica de las últimas dos décadas. Comprobar con qué desparpajo hablan y escriben los empleados del nuevo presidente, es una cachetada a la ética, una patada en el culo a la deontología, una puñalada al corazón del Periodismo.



Los hechos que desde hace tres días han conmovido a la opinión pública del mundo, han sido manipulado a este lado del charco, minimizados al extremo, e incluso tergiversados “No es delito tener cuentas en Panamá”, decía ayer por la tarde uno de estos alcahuetes a sueldo que no esconden su estupidez y son capaces, incluso, de comparar al presidente argentino nada más ni nada menos que con Nelson Mandela!!!

Pero vayamos a los antecedentes de esto que ahora sacude al mundo, excepto a la Argentina. En febrero de este año, apenas a un mes de haber asumido la presidencia, Mauricio Macri ordenó desmantelar la Unidad de Investigación Financiera (UIF) que depende del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, y que se desempeñaba en un programa que colaboraba para permitir congelar los bienes de represores prófugos; y que hasta ese momento habían conseguido que fueran apresados 23 de ellos. Pero por qué Macri tenía tanto apuro en eliminar una delegación en la que se investigaban delitos financieros?

Los antecedentes de las maniobras propias de la mafia que caracterizan al nuevo gobierno argentino se remontan a la década de los '70, cuando Franco Macri, padre del actual presidente, logró que su deuda privada se estatizara.

Muchos economistas definieron a esta operación como “el mayor acto de socialismo” ocurrido en la historia Argentina. Y fue, también, una muestra clara del fuerte componente cívico-militar que caracterizó los años más negros del país. 

De acuerdo con los documentos a los que cualquier argentino puede acceder, la estatización de la deuda privada benefició a más de 70 empresas. Entre las firmas nacionales más importantes se encuentran Sevel; por entonces del Grupo Macri. También hay corporaciones extranjeras, como Techint, IBM, Ford y Fiat. Y por supuesto, el listado incluye al sector financiero: Banco Río, Francés, Citybank y Supervielle, entre otros. Como consecuencia de este descomunal traspaso de deuda, a fines de 1983 el perjuicio para el Estado se estimó en 23 mil millones de dólares: más de la mitad de la deuda externa de esos años, que alcanzaba los 45.100 millones de dólares. Fue la más descarada estafa al pueblo argentino. El Estado fue usado para negocios privados y para innumerables operaciones turbias. De estas maniobras mafiosas, los Macri fueron el mayor exponente.  



Meses antes de convertirse en presidente, Macri fue acusado de haber desviado fondos para pautas publicitarias a diversas radios del país, cuyos directores aseguraron jamás haber recibido un solo peso. La lista de estos giros de dinero, que figuraba entre los documentos contables de su propia administración en la Jefatura Porteña, incluía múltiples contratos que superaban los 9 millones de pesos. La explicación del por entonces candidato a presidente argentino fue insólita. “Deber tratarse de un error de carga”.

Paralelamente a este “error de carga”, apenas semanas antes de las elecciones generales, una investigación periodística deja al descubierto otro bochornoso desfalco por contrataciones a La Usina, empresa de su amigo y candidato a Diputado Nacional por la Provincia de Buenos Aires, Fernando Niembro. El escándalo desató una lluvia de críticas que dieron por finalizada la carrera política de Niembro, pero que sin embargo no afectaron el ascenso de Macri al poder. Respecto de este monto de dinero del que aún se desconoce destino, el actual presidente argentino respondió diciendo. “Debe tratarse de un error. Ni siquiera sabía que existía esa empresa”.

Ahora, tras su investidura presidencial, las correrías de este ingeniero cuya deuda privada siguen pagando los argentinos de a pie, ya forman parte del folklore diario que con la colaboración de los medios de comunicación se practica en Casa de Gobierno. Su fiel amigo de la infancia, Nicolás Caputo, recibió sistemáticamente concesiones millonarias por obras que jamás se realizaron o que nunca se concluyeron. Esto sucedió mientras Macri era aún Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Como presidente, Macri le ha otorgado a Caputo las licitaciones que, en una democracia como la que él mismo había propuesto, deberían darse por concurso. Las sumas de dinero son escandalosas y las obras no existieron, no existen y, si es por antecedente, no existirán. Consultado por esta maniobra, el presidente argentino respondió diciendo. “Es todo legal”.

Puede que desde Casa de Gobierno estén convencidos ahora de que nuevamente el pueblo argentino va a tragarse la inocencia de quien ha basado su campaña en la transparencia y la honradez. Habrá quienes repitan como loros que “está todo bien”, que “Clarín dice que Mauricio no tiene nada que ocultar”, que como siempre “es todo legal”. Sin embargo esta vez no es sólo Argentina. El mundo entero comienza a conocer la clase de mafia gobierna este país. Lo paradójico, lo enigmático si se quiere, es que -cansados de la supuesta corrupción del gobierno anterior- el 51 por ciento de los argentinos le dio su voto a Macri. Un misterio que la historia quizás sepa resolver.   

“Está todo bien”