martes. 16.04.2024
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Dilma Rousseff se ha marcado como primer objetivo una de las, sin duda, grandes asignaturas pendientes del país, la reforma política

@jmrambla | Tras una campaña electoral de vértigo, unas votaciones de vértigo. Dilma Rousseff logró ayer revalidar el cargo de presidenta de Brasil tras imponerse por un ajustado 51,6% de los votos a su contrincante Aecio Neves, el candidato tucano como se conocer a los seguidores del neoliberal Partido Social Democrático de Brasil (PSDB). Se cerraron así las elecciones presidenciales más reñidas que ha vivido el gigante latinoamericano desde que recuperó la democracia en 1985 y que han dejado el país al borde la fractura. No es extraño que, con este telón de fondo, Rousseff desde São Paulo se dirigiera a unos 8.000 seguidores congregados en la avenida Paulista, haciendo un llamamiento a la unidad de los brasileños. Allí, acompañada por el expresidente Luiz Inacio Lula da Silva y por su futuro vicepresidente Michel Temer,  la antigua guerrillera se comprometía ante los suyos a ser “una presidenta mucho mejor de lo que fui hasta ahora.

 “No creo, en el fondo de mi corazón, que estas elecciones hayan dividido al país entero”, dijo. “Creo –continuó- que suscitaron sentimientos contradictorios, pero en busca de un único objetivo: cambiar el país”. En este sentido, destacó el potencial de cambio que se esconde tras la energía movilizada en una campaña como la vivida. “Algunas veces en la historia resultados ajustados produjeron reformas mucho más rápidas que victorias muy amplias. Esa es mi esperanza, no, mi convencimiento de lo que va a suceder en Brasil de aquí en adelante”, afirmó.

Por lo pronto, Dilma Rousseff se ha marcado como primer objetivo una de las, sin duda, grandes asignaturas pendientes del país, la reforma política. Uno de sus últimos capítulos ya se vivió a finales de su actual mandato, cuando la presidente intentó profundizar en ella como respuesta a las movilizaciones de junio de 2013. Pero sus intentos se vieron frustrados por la falta de apoyos, no solo de la oposición sino incluso de sus aliados de gobierno. Para desbloquearla, la presidenta adelantó anoche su intención de abrir un “gran espacio de diálogo con todos los sectores de la sociedad”. Un proyecto que incluirá una consulta popular, como la que no pudo sacar adelante hace solo unos meses, un “plebiscito” con el que confía “obtener las garantías para esa reforma política”.

Sin embargo, la fragmentación política del arco parlamentario no le va a poner fácil sacar adelante esa reforma que, entre otras cosas, pretende evitar esa misma fragmentación y, en consecuencia, es vista como una amenaza para muchas de las formaciones parlamentarias. De hecho, esa segmentación lejos de acortarse se ha incrementado tras las elecciones. Si las cámaras surgidas de las elecciones de 2010 dieron cabida a 22 partidos políticos, el actual proceso ha incrementado esa diversificación hasta elevar a 28 los grupos parlamentarios.  De los 513 diputados que componen el congreso, el PT es el grupo mayoritario con 70 congresistas, seguido del PMDB con 66 y el partido de Aecio con 54. Hasta ahora Dilma Rousseff ha venido gobernando gracias al apoyo del PMDB y otros siete partidos más, que le permitiría sumar el apoyo de 304 parlamentarios. Esto le asegura en principio una holgada mayoría pero también la ata a unos pactos que no pocas veces resultan contra natura, donde participan desde el partido comunista, hasta los liberales del Partido Popular, o el Partido Republicano Brasileño próximo a los evangelistas de la Iglesia Universal.

Fragmentación que, además, está detrás de otro de los fenómenos más criticados por los brasileños, la corrupción. Muchos de los casos que han surgido tienen su origen en la necesidad de garantizar las lealtades de los aliados políticos mediante la distribución de cargos, en los que a menudo vuelve a repetirse esa lógica de compensaciones y contrapartidas. El último caso ha sido el de las comisiones pagadas a socios de gobierno desde la empresa pública Petrobras, un asunto que centró buena parte de los debates de la campaña. Anoche, Rousseff  adelantó su intención de mantener un “compromiso riguroso contra la corrupción”, al tiempo que anunció “cambios en la legislación actual para acabar con la impunidad”.

Pero la renovación democrática y la lucha contra la corrupción no serán los únicos quebraderos de cabeza de la reelegida presidenta. También tendrá otro importante reto: rescatar a la economía brasileña del agotamiento. Según los últimos datos, el país está al borde de la recesión, con un exiguo crecimiento que las previsiones más optimistas fijan para este año en el 0,28%. Esta perspectiva ha desatado las críticas de la oposición y los sectores empresariales, que responsabilizan a Rousseff de agravar la crisis con sus políticas de estímulo mediante tipos de interés bajos de revalorización del salario mínimo. El objetivo es consolidar una demanda interna que contrarreste el enfriamiento del comercio exterior, especialmente con China.

En este sentido, son muchas las voces que ven estas medidas el origen del repunte inflacionario de los últimos meses.  La inflación se situaría en Brasil cerca del 6,75%, muy alejada del objetivo del 4,5% y superaría ya el límite máximo de 6,5% fijado por el gobierno para este año. Además, las medidas que limitan los márgenes de beneficio a algunas empresas han causado no poco de malestar en unos sectores empresariales que, hasta no hace mucho, venían manteniendo una relación idílica con el gobierno de Rousseff al calor del ciclo expansivo. De hecho, la presidenta ha visto cómo en plena campaña el Banco Santander alertaba del impacto negativo de su reelección o agencias de calificación como Moody’s rebajaban la nota del país.

La situación se considera tan complicada que incluso desde dentro del PT no han faltado voces que reclaman algún gesto en materia económica. Ese gesto podría concretarse con la inminente salida del gobierno del actual Ministro de Hacienda, Guido Mantega, alegando supuestas “razones personales”, según señaló recientemente la propia Rousseff. Sin embargo, hasta la fecha no se ha concretado ningún cambio y no son pocos los que temen que en las próximas semanas  se incremente las presiones de los mercados financieros sobre el país.

Frente a esto, anoche en São Paulo Dilma Rousseff adelantó su intención de promover nuevas iniciativas para reactivar la economía con la ayuda del sector privado. “Vamos a dar más recursos a la actividad económica en todos los sectores, en especial en el sector industrial”, señaló.  Y subrayó: “quiero la colaboración de todos los sectores productivos y financieros en esta tarea que es de responsabilidad de cada uno de nosotros”.

Dilma Rousseff deberá afrontar todos estos graves asuntos doblemente debilitada. Por un lado, por lo ajustado del resultado de las urnas. Por otro, porque sus intentos por superar el tutelaje de Lula y el aparato del partido, han quedado cuestionados tras la campaña. Al final, ante el riesgo efectivo de perder las elecciones, a la presidenta no le ha quedado más remedio que recurrir a Lula y el PT para que sacaran la artillería pesada frente a sus oponentes. Ante los miles de simpatizantes que festejaban la victoria en São Paulo, Rousseff no tuvo anoche más remedio que rendir pública pleitesía a Lula: “Agradezco al militante número uno de las causas del pueblo: el presidente Lula”, afirmó.

Brasil pone así fin a una de las campañas más intensas de las vividas en los últimos años. Unas elecciones que en su primera vuelta estuvieron marcadas por la muerte en accidente aéreo del candidato socialista Eduardo Campos y la irrupción como posible contrincante en el segundo turno, de su sustituta, la ambientalista Marina Silva. Sin embargo, no fue así. La segunda vuelta estuvo marcada una vez más por el duelo clásico entre el PT y el PSDB. Solo que nunca en los últimos doce años, los conservadores habían estado tan cerca de recuperar el poder en Brasil. El responsable de obrar casi el milagro ha sido Aecio Neves, heredero de una saga de políticos conservadores, con ganada fama de playboy y vividor. Exponente de esa buena sociedad brasileña, Aecio intentó conjurar los fantasmas de las duras políticas de ajuste realizadas por su partido en los años 90, mientras trataba de desactivar las alarmas encendidas por el PT sobre el peligro que representaba para la continuidad de los programas sociales, su hipotética llegada al palacio de Planalto. Programas sociales, como Bolsa Familia, que durante estos años han sido cruciales para sacar a más de 40 millones de brasileños de la miseria. El aspirante tucano no ha dudado en responder a estos ataques responsabilizando directamente a Rousseff de la mala marcha de la economía y de  los casos de corrupción, esto último pese a que tanto él como el PSDB no están libres de este tipo de problemas.

El resultado final de este cruce de acusaciones ha sido una campaña muy agresiva, llena de insultos y golpes bajos. Un tono que algunos analistas ven como el preámbulo del clima político que se avecina, con una inminente comisión parlamentaria de investigación sobre el caso de Petrobras para empezar a caldear el ambiente. En este sentido, si por la derecha hay quien ve detrás de la consulta popular sobre la reforma política un plan para instaurar en Brasil el modelo “bolivariano” de Hugo Chávez, tampoco faltan por la izquierda voces preocupadas por la posibilidad de que sean los conservadores quienes quieran traer al país el modelo de desestabilización política de los opositores venezolanos.

Por lo pronto, también desde São Paulo, Aecio hizo anoche un llamamiento a la tranquilidad. En un breve discurso, el candidato tucano relató a sus decepcionados seguidores la conversación telefónica que había mantenido con Rousseff para felicitarla y recordarle que en estos momentos “la mayor de todas las prioridades debe de ser unir a Brasil en torno de un proyecto honrado y que dignifique a todos los brasileños”. Asimismo, dijo a sus partidarios que “ahora tenemos la gran responsabilidad de actuar como oposición; sin destructividad, pero con firmeza; ese es el gran desafío”.

Pero ese no será el único reto del PSDB. También le toca, si quiere optar al gobierno dentro de cuatro años, comenzar a trabajar para superar su imagen de élite privilegiada. Los continuos reproches escuchados estos días, contra los estados y las clases sociales más pobres por su apoyo a Rousseff, les ha confirmado como un partido clasista. Eso les ha alejado no solo de las capas más bajas de la sociedad, sino también de amplios sectores de la clase media, especialmente de esa llamada nueva clase media, nacida al calor del milagro económico de la última década.  De hecho, los sondeos de opinión venían mostrando una clara polarización social del voto. Así, mientras la población más pobre –aquellos con unos ingresos mensuales inferiores a 482 euros- respalda mayoritariamente a Dilma Rousseff y los sectores adinerados se inclinan mayoritariamente por el tucano, la franja social con ingresos de entre 500 y 1.200 euros, aparecía en las encuestas con un estricto empate técnico. Eso sí, los sondeos también mostraban una tendencia más favorable a votar al PT conforme se acercaba la jornada electoral. Finalmente, aunque por la mínima, esa tendencia de la nueva clase media parece haber sido determinante en la reelección de Dilma Rousseff.

Nos encontramos pues ante todo un sujeto social, consciente e influyente. Si su aspiración a disponer de unos mejores servicios públicos y alcanzar una renovación democrática, fue clave para explicar las multitudinarias movilizaciones de junio de 2013, este domingo esa misma nueva clase media volvió a poner de relieve que ya es un elemento decisivo para el futuro del Brasil.

Rousseff: “Prometo ser una presidenta mucho mejor de lo que fui hasta ahora”