jueves. 28.03.2024
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Imagen: diariocorreo.pe

El miércoles 9 de marzo el Jurado Nacional de Elecciones decidió retirar de la carrera presidencial a Julio Guzmán, quien hasta entonces había cobrado notoriedad mediática, y a César Acuña, candidato de cuestionable decencia. Aunque la resolución del máximo ente electoral peruano ya se había deslizado días antes, de inmediato ambos aspirantes cuestionaban el dictamen. Agregaban, a su vez, que tal decisión vulneraba la democracia nacional y colocaba a las elecciones en situación de grave riesgo.

Lo cierto es que la campaña del líder de Alianza para el Progreso, César Acuña, se encontraba en declive absoluto desde hace varias semanas. Su plancha presidencial, compuesta por Anel Townsend y Humberto Lay, se había desbaratado, y su credibilidad moral era nula.

Fue en diciembre último cuando Acuña tuvo su momento estelar, no solo por iniciar la competición con aires de novedad, sino por haber dicho que representa el sueño consumado de muchos peruanos: el empresario provinciano de éxito. Desde esa fecha, y como suele ocurrir en los procesos electorales, Acuña fue colocado en el punto de mira de la mayoría de medios de comunicación capitalinos. Fue el mes de febrero el tiempo en que la campaña de demolición mediática tuvo éxito absoluto.

César Acuña había demostrado pública y contundentemente que carecía de cualquier capacidad para ocupar el cargo presidencial. Era incapaz de argumentar sus propuestas políticas. Poseía nulo conocimiento sobre cuestiones sociales, económicas y administrativas. No exhibía ninguna aptitud para enfrentar los retos nacionales. Su gloria se reducía al componente económico, a través de una cadena de universidades peruanas de la que él era dueño categórico. Las deficiencias de Acuña eran, entonces, más que notorias.

Sin embargo, la sola exposición de sus carencias en materia gubernamental no bastaba para que los medios de comunicación inicien la aniquilación del candidato. Y no era suficiente, ya que ellos buscaban el morbo o la truculenta noticia. Discutir sobre planes de gobierno jamás ha sido interés de los diarios ni de las televisoras. La razón surgió cuando la población peruana se enteró de que el líder de APP había plagiado su tesis doctoral. A partir de esta revelación, brotó una maraña de objeciones al pasado académico de Acuña. Todas, en gran medida, fundamentadas.

Una vez cumplido el cometido, los medios de comunicación publicaban encuestas electorales en las que veían las pruebas de su triunfo exterminador. César Acuña había desaparecido del escenario político. La noticia de su exclusión por parte del máximo órgano electoral no hacía más que confirmar su muerte electoral. La decisión del Jurado Nacional de Elecciones (JNE) se dio con unanimidad. Decidían el retiro del candidato, mas no de su plancha congresal, debido a que Acuña había repartido dinero a pobladores, lo que explícitamente está prohibido, pero que es y había sido una práctica sistemática del señor Acuña, quien alcanzó cargos públicos con similares artimañas.

Quizás el motivo por el que Acuña resolvió acatar la resolución no se deba a su comportamiento estoico, sino porque veía venir un aplastante fracaso en las urnas el próximo 10 de abril. En este contexto deben ser comprendidas las palabras del adalid de Alianza para el Progreso. Su acusación a la vulneración democrática no es más que un mecanismo retórico para que su caída se intente disfrazar de un seudo heroísmo principista.

La actitud mediática respecto a la separación del Julio Guzmán, candidato de Todos por el Perú, ha sido manifiestamente contraria, pues Guzmán se había constituido como el aspirante de los grandes grupos económicos del país. Esta no solo es una enunciación comprobable por medio de las declaraciones del propio postulante, sino porque hasta el día de hoy no es posible explicar cómo es que logró un raudo ascenso en las encuestas. En diciembre Guzmán era insignificante en porcentaje de votos. Solo unas semanas más tarde era una figura estelar, capaz de competir con la preferida por el elector, Keiko Fujimori.

La construcción de Julio Guzmán se vio arropada por constantes apariciones televisivas y portadas de los principales diarios. Todas ellas, sin duda alguna, confesaban la predilección por el líder de TPP, pues la amabilidad era el componente natural de tales invitaciones. Guzmán decía personalizar la fuerza que vencería a los ‘‘dinosaurios’’ políticos, a esa clase tradicional que no había hecho más que saquear las arcas del Estado. Su meridiana convicción apuntalaba a Alejandro Toledo, Alan García, Pedro Pablo Kuczynski y Keiko Fujimori.

La firmeza de sus palabras, su rostro joven y su pasado transparente lo bautizaban como el presidente que buscaba la población peruana. Las luces de la popularidad se encendían sobre él. Incluso el Partido Nacionalista, que permanecerá en el Gobierno hasta julio próximo, quiso apoderarse (aunque sin éxito) con el aspirante Guzmán, sin importarle su propio candidato, Daniel Urresti, quien a la fecha se encuentra poco menos que fuera de carrera.

La exclusión de Todos por el Perú tiene su fundamento en las irregularidades cometidas por el partido durante el proceso de selección de Julio Guzmán como candidato presidencial. Si bien la razón parece rebuscada o demasiado detallista, tiene plena justificación normativa. A diferencia de lo ocurrido con Acuña, la decisión del Jurado Nacional de Elecciones no dio un voto unánime, sino una mayoría simple. Guzmán ha rechazado la resolución y sostiene que apelará. Lo definitivo, sin embargo, es que la proximidad de la fecha electoral impide que sus reclamos cosechen la victoria.

No ha faltado quien sostenga que detrás del retiro de Guzmán de la competición presidencial se encuentra Alan García. Las sospechas tienen sustento debido al pasado aprista, partido que si bien actualmente no representa más que a sus socios, todavía conserva un número importante de funcionarios en diversas instituciones del Estado peruano, estimulados por las prebendas alanistas. Guzmán ha acusado, asimismo, que los partidos de García, Fujimori y Kuzcynski cometieron faltas similares a la suya, pero permanecen en la contienda. La acusación del cabeza de TPP no es una desesperada locura, ya que efectivamente tendría razón en este tema.  

A pesar de que estas sospechas son las que muestran los medios comunicativos, la expulsión de Todos por el Perú evidencia la extendida improvisación de los grupos políticos. La gran mayoría de ellos alza vuelo solo en momentos de campaña electoral, se articulan bajo la espontaneidad negligente sin trazar un camino para el desarrollo de políticas de largo plazo. Las camarillas políticas peruanas ambicionan el poder, ya que buscan únicamente el provecho sectario.

El ahínco con que la prensa peruana derrumbó a César Acuña y glorificó a Julio Guzmán se ha extinguido por el Jurado Nacional de Elecciones. Con las salidas de ambos candidatos, el panorama electoral de aquí al 10 de abril ingresa en una recta final impredecible. No solo por la cantidad de votos que habían acumulado Acuña y Guzmán, sino también por el realineamiento posicional de los medios de comunicación en el Perú.

Desde hace algunas semanas, el nombre de Alfredo Barnechea recorría la opinión pública como sinónimo de seguridad, claridad y experiencia, avalado por el tradicional partido Acción Popular. Quizás estemos frente al candidato que, a ojos mediáticos, pueda hacer frente a la embestida fujimorista, sin dejar de lado, claro está, la también posible arremetida de la izquierda peruana con el Frente Amplio de Verónika Mendoza.

Dos aspirantes menos y un diez de abril cuestionable