viernes. 19.04.2024

La perspectiva de no violencia entre dos de los actores armados, el Estado y la guerrilla de las FARC, pasa por comprender el pasado, aceptar el presente confiando en el otro y apostarle a construir juntos un futuro común en el que el protagonismo lo ha de tener la ciudadanía

Tras años y años de enfrentamientos armados, guerra al fin y al cabo pese a no estar oficialmente declarada, se han firmado los acuerdos de paz de La Habana. Un paso enorme para romper con esa ya casi “costumbre” de vivir en continuo conflicto. No será el único que haya que dar, pero es básico y el primero para intentar alcanzar la llamada paz.

Lo que se ha firmado en La Habana, entre los representantes del gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC no es la paz, porque la paz es mucho más que la ausencia de guerra. Pero se ha rubricado un acuerdo que da inicio a un proceso social de convivencia que necesita del respaldo del pueblo colombiano para construir país. Por eso es fundamental que la gente entienda lo que hay detrás de tan histórico pacto.

No se ha firmado ni se votará la paz como concepto absoluto, lo que se ha ratificado es un ¡basta ya! a tantos años de beligerancia, a tantas muertes y desapariciones. Se abre una puerta para la convivencia pacífica a partir de la dejación de las armas y el abandono de la lucha por parte de uno de los actores armados. Es el principio de algo nuevo, debería serlo de una larga amistad. Después habrá que intervenir otros aspectos tan violentos como la guerra: la inequidad social, la exclusión, la educación o la salud entre otras muchas cuestiones. Y también habrá que negociar con otros actores de la historia que no han estado en La Habana.

La perspectiva de no violencia entre dos de los actores armados, el Estado y la guerrilla de las FARC, pasa por comprender el pasado, aceptar el presente confiando en el otro y apostarle a construir juntos un futuro común en el que el protagonismo lo ha de tener la ciudadanía.

Día de paz

Después de décadas de conflicto armado, el 29 de agosto de 2016 ha sido el primer día de paz, el primero oficialmente sin guerra en Colombia. Al menos sin la que han venido enfrentando desde hace 60 años el Estado colombiano, sus fuerzas de seguridad, y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP).

No he sentido en las calles, al menos en las de Bogotá, una alegría especial, una celebración motivada por el acuerdo político. La gente no ha sonreído más, no se han comportado más felizmente y ni siquiera el Transmilenio ha promovido que sus autobuses reflejaran en los luminosos el júbilo por este primer día “pacífico”. Otras veces sí lo han hecho, celebrando a las mujeres en su día o felicitando el cumpleaños de la capital.

Tampoco las banderas blancas, o la tricolor nacional o las multicolores han ondeado en las calles, las casas, los edificios públicos o los cuarteles. ¿Incredulidad? ¿Tal vez dudas ante lo que pueda significar esta paz? Puede que desconfianza, porque hay muchas personas que suspiran para que el acuerdo no prospere, para que la paz entre Estado, sociedad y guerrilla no sea factible.

Sabemos que construir es muy difícil y costoso, en tiempo y en esfuerzo, mientras que destruir no cuesta casi nada. El símil con el futbol es pertinente: jugar como lo hacía la Holanda de Cruyff o el Barcelona de Guardiola es muy complicado, encerrarse atrás y patadón y tentetieso esperando que pasen los minutos sin encajar goles, pero sin crear jugadas, lo puede hacer cualquiera.

Pero hay que darle una oportunidad a la paz. Porque, a pesar de todo, la mayoría de las y los colombianos anhelan lo que Mandela soñó para Sudáfrica “el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades.”

Eso requiere de un compromiso, y éste empieza por respaldar el acuerdo votando SÍ en el plebiscito convocado para el domingo 2 de octubre. Ahí iniciará un nuevo período histórico para la Colombia diversa, algo que hace tiempo atrás parecería realismo mágico y que puede convertirse en mágica realidad.

Poner en duda el valor de un acuerdo, promover el voto en contra y no apostarle a un escenario social y político mejorado y reducido en tensión y enfrentamientos es no tener visión holística, supone no creer en los otros y, desde mi punto de vista, poner por delante el egoísmo y el odio olvidando la solidaridad y el valor de la vida de los demás.

                               Hacerlo sin argumentos y con la cantinela de que se entrega el país a la guerrilla es no haber entendido nada y, por supuesto, no conocer la historia ni el contenido de los acuerdos.

Nadie con dos dedos de frente puede estar en contra de una reforma rural que busca crear “las condiciones de bienestar y buen vivir para la población rural y contribuye a la construcción de una paz estable y duradera. Busca la erradicación de la pobreza rural extrema y la disminución en un 50% de la pobreza en un plazo de 10 años, la promoción de la igualdad, el cierre de la brecha entre el campo y la ciudad, la protección y disfrute de los derechos de la ciudadanía y la reactivación del campo, especialmente de la economía familiar” (acuerdo sobre desarrollo agrario).

Ningún ciudadano debería entorpecer la búsqueda de la “reconciliación y que la política esté libre de intimidación y violencia”, impedir que se pongan en marcha “medidas para la participación de la mujer y promover una cultura democrática de tolerancia en el debate político. El fin del conflicto implica que los enemigos se deben tratar con respeto como adversarios políticos” o no querer romper “el vínculo entre política y armas” (acuerdo sobre participación política).

Que es necesario abordar la problemática de las drogas ilícitas dando “un tratamiento diferenciado a este problema promoviendo la sustitución voluntaria de los cultivos de uso ilícito y la transformación de los territorios afectados, dando la prioridad que requiere el consumo de drogas ilícitas bajo un enfoque de salud pública e intensificando la lucha contra el narcotráfico” (acuerdo sobre solución al problema de las drogas ilícitas).

Que es sensato establecer mecanismos jurídicos que persigan “lograr la mayor satisfacción posible de los derechos de las víctimas, rendir cuentas por lo ocurrido, garantizar la seguridad jurídica de quienes participen en él, y contribuir a alcanzar la convivencia, la reconciliación, la no repetición, y la transición del conflicto armado a la paz” (acuerdo sobre las víctimas del conflicto).

Y que es necesario terminar definitivamente las hostilidades para no afectar a la población y que las y los miembros de la guerrilla se vayan reincorporando a la vida civil.

Todo eso está contenido extensamente en el acuerdo. No hay nada en todo ello que suponga que se “ha vendido” el país o que “ha triunfado” la guerrilla. Pienso que ganan todas y todos los colombianos, sobre todo quienes han vivido y sufrido la guerra sin haber formado parte de ella. Es un triunfo de la sensatez y de la reflexión, es una victoria conjunta de un territorio que no quiere más muertes por el conflicto armado.

Por eso, como ciudadano residente en Colombia, les invito a responder afirmativamente a la pregunta aprobada por el Congreso para que la ciudadanía se pronuncie: “¿Apoya usted el acuerdo final para terminar el conflicto y construir una paz estable y duradera?”

Sí, sí y mil veces sí.

Porque, recordando el legado de Madiba, para promover la paz, los derechos humanos y la democracia una sociedad debe recordar su pasado, escuchar todas las voces de su presente y perseguir un futuro con justicia social.

Un acuerdo para construir país