jueves. 25.04.2024

La memoria de un país no es más que el entramado de los recuerdos y vivencias de sus habitantes. Es difícil hacer la reconstrucción a 40 años de los sucesos ocurridos aquel 11 de septiembre del año 1973, sobre todo porque probablemente las traducciones de los hechos que, aun cuando pudiéramos ubicarlos fuera de nuestra mente siguen siendo una realidad percibida, siguen siendo la realidad observada por los sentidos de cada cual en función del rol y papel que le tocó representar por aquellos días.

Con todo, pareciera ser que este país ha mostrado una cierta voluntad de superar la crisis y de encontrar un punto de encuentro que le permita rebajar las tensiones, hacer un alto el fuego para poder avanzar en su proyecto de democracia que ya supera los 23 años desde su reinstalación.

Variadas muestras de reflexión crítica del actuar por aquellos días han sido demostración de ese intento. Quizás la más dramática, especialmente por las consecuencias que esta actuación tuvo para las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura, ha sido la hecha por la Asociación de Magistrados, quienes han reconocido su incapacidad para actuar por aquellos días en beneficio de los perseguidos, de los torturados, de los desaparecidos y de los ejecutados.

Hay, sin embargo, consenso, o al menos hay un pensamiento mayoritario que señala que cualquier futuro no puede germinar sin historia, es siempre necesario ir a la memoria para reconocernos, para saber de nuestras improntas, para saber a dónde dirigirnos, para cuidarnos de no replicar conductas que nos lleven al dolor, a la intransigencia y a la muerte y, en tal sentido, la verdad, por dramática que se aparezca, debe ser buscada, debe ser confrontada y finalmente debe ser aceptada en todas su versiones, para poder esclarecer aquello que haga falta, quizás ya ni siquiera para condenar  explícitamente, -aunque aquello también resulta imprescindible si se quiere esperar el perdón de los avasallados y torturados por una política de estado diseñada y puesta en ejecución piramidalmente por el dictador-, sino más bien para precisar, valorar y rescatar los fundamentos de una convivencia que sea garante de derechos individuales y colectivos.

Cuarenta años es un tiempo intermedio, entre el desaparecimiento de una generación que en aquella época le tocó advertir lo que se avecinaba y le tocó decidir el rol que jugaría en la tragedia. Esa generación, muchos de cuyos representantes ya no están con nosotros, respondió al enjuiciamiento de sus actos en forma desigual, mientras los perdedores solo supieron de muerte, sometimiento y violación a los derechos humanos, los vencedores, al menos la mayoría de ellos, han sido apenas tocados por una justicia que, simplemente dejó en la impunidad los hechos que ofenden y avergüenzan nuestra cultura humanista.

A esa generación a la que se sumaron los jóvenes que maduraron en los 17 años que el dictador Pinochet se mantuvo en el poder le correspondió recuperar la democracia con una transición pacífica que se inicia el día en que se consigue el triunfo del NO en el plebiscito de 1989, una democracia que se denominó la democracia de los acuerdos, término que intenta describir el andamio de institucionalidad democrática construido a la medida de lo posible, y que terminó por sancionar la existencia de dos bandos triunfadores, consecutivos y coetáneos, del proceso político iniciado en 1973.

Los militares y la derecha política que dieron el golpe como vencedores de la llamada guerra contra el comunismo. Y las fuerzas políticas democráticas vencedoras en el plebiscito y la recuperación de la democracia. Posteriormente, reformas más o reformas menos, los militares y la derecha se instalaron en el poder de una manera fáctica negociando una salida inmune de la sanción histórica y jurídica que sus actos demandaba. En la práctica, no hubo vencedores ni vencidos en la historia política nacional, excepto los ciudadanos que continúan rehenes del empate político.

Para muchos, esta salida de las atrocidades de la dictadura implicó una renuncia a los valores y actos consecuentes de muchos, entre ellos el acto inmolatorio del propio Presidente Allende quien en sus discursos finales declara su convicción a la ciudadanía. “Que lo sepan, que lo oigan, que se lo graben profundamente: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta revolución chilena y defenderé el Gobierno porque es el mandato que el pueblo me ha entregado. No tengo otra alternativa. Sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo. Si me asesinan, el pueblo seguirá su ruta, seguirá el camino con la diferencia quizás que las cosas serán mucho más duras, mucho más violentas, porque será una lección objetiva muy clara para las masas de que esta gente no se detiene ante nada”. Sin duda, para muchos, hay un dejo de frustración en la forma en que se han reivindicado aquellas palabras

Hoy por hoy y con la derecha política instalada en el gobierno, al que accede mediante votación democrática después de 53 años, otro Chile parece emerger, otros son los protagonistas porque empieza a aparecer cada vez con más fuerza una generación de recambio que hereda esta historia pero que al no vivirla, la reedita para enhebrar su discurso de futuro.

Esta generación es la que no teme radicalizar sus posturas porque no teme y porque se inspira en la misma sociedad mas justa y solidaria de Allende pero instalada ahora en la modernidad y la globalización.

Su objetivo es terminar con una sociedad que solo deja al libre mercado toda la solución de sus problemáticas abandonando cualquier idea de construcción colectiva, su objetivo es cambiar el modelo individualista que deja al ciudadano como simple consumidor de productos, su objetivo es aumentar los niveles de participación y poder opinar más allá de lo que el mercado establece con sus leyes, su objetivo es otorgar a la sociedad una mayor capacidad para ser inclusiva y no marginadora, para lograr una sociedad que premie el esfuerzo y el mérito sin dar ventajas que provienen de variables exógenas al individuo, en fin una sociedad más igualitaria que no abandone al desposeído y que no marque a sangre y fuego el futuro de los despojados del poder tanto político como económico, hoy día tan intrínsicamente concomitantes.

Para ellos se trata de modificar el modelo en sus bases estructurales, son ellos los que han salido a las calles y que partieron reclamando el derecho constitucional a la educación de calidad para todos, y que ahora suman la exigencia de una democracia nueva amparada en una constitución emanada desde la voluntad popular, que por fin quede despojada de los vestigios dictatoriales que aún le son propios.

Son ellos los que piensan en un nuevo orden que haga posible el reconocimiento de intereses comunes.y que aspiran a una institucionalidad que dé espacios para que, entre ciudadanos, surjan relaciones de comunidad y solidaridad, en un marco constitucional en el cual los ciudadanos, pueden entender que los términos fundamentales de la vida común se definen soberanamente, mediante la acción política y la deliberación y no a través de reglas del mercado

A 40 años del golpe militar la sociedad chilena se apresta a elegir por segunda vez a una mujer como presidenta y de una manera especial, la competencia es entre dos mujeres que teniendo un pasado similar –ambas hijas de generales de la Fuerza Aérea de Chile- tomaron caminos radicalmente distintos, una porque su padre se asoció a la línea de mando de los generales golpistas y la otra, porque su padre tuvo la valentía de mantenerse fiel a los principios democráticos y entendió que atentar contra ellos era atentar contra la base de la República a quién se había juramentado defender. Una disfrutó del poder, la otra sufrió la tortura, toda una paradoja de la historia que hoy las enfrenta electoralmente.

La enorme ventaja que muestran las encuestas, señalan con meridiana claridad que resultará triunfadora la expresidenta Bachelet, quien lidera las ideas fuerza de la coalición “Nueva Mayoría”. En su programa convergen las principales reivindicaciones de los movimientos ciudadanos, sin embargo, a pesar del enorme respaldo, la candidata deberá salvar todos los obstáculos que le presenta una institucionalidad vigente diseñada para mantener inalterable los pilares centrales de un modelo que tiene a Chile como miembro de la OCDE, pero a sus ciudadanos descontentos con el país que habitan, a pesar de que han visto mejorado su poder adquisitivo y elevado el estándar de sus vidas.


Por Fernando Morales | Extrabajador de la Vicaría de la Solidaridad | Chile 

A 40 años del golpe militar: ¿en qué está Chile?