sábado. 27.04.2024
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Hablan las derechas con desprecio de lo que denominan “mayoría del bloque progresista”. Cuando escuchan esta expresión, no dudan en hablar de la “falacia del progresismo”, comparándolo con una Caja de Pandora donde se ocultan comunistas, populistas, secesionistas, filoetarras y mediopensionistas. Solo les falta decir que el nuevo Prometeo que nos librará de esa caja de truenos y relámpagos será Núñez Feijóo.

Y preguntan con razón: “¿Qué pizca de progresismo hay en Junqueras, Ortuzar, Otegi, Belarra, Puigdemont, Díaz y Sánchez?”. Nada. Ni un átomo. No molesta ni la pregunta, ni la respuesta. Pero sí el hábito saduceo de reducir la pluralidad a la unidad, lo que traducido significa que “los amigos de mi enemigo son mis enemigos” y son todos muy malos. Tanto que hablarán de “la camada de los amigos de Sánchez”.

No se entiende que, quienes dicen que ser progresista no es patrimonio de nadie, utilicen el mismo tópico que pretenden criticar

No se entiende que, quienes dicen que ser progresista no es patrimonio de nadie, utilicen el mismo tópico que pretenden criticar. Porque, si las derechas se declaran progresistas, significaría que son también amigos de Sánchez. Pero me da que no.

Se dice que hay formas de ser progresistas. ¿También de derechas? De momento no se conocen. Lo que sí hay son conservadores y reaccionarios, habitual ecosistema donde se han prodigado las derechas, haciéndolo además con orgullo y pasión. Hasta se han autotitulado Partido Conservador. No deberían alterarse tanto con el término. Si, además, connota tantas maldades, no sé a qué viene negar que las izquierdas sean progresistas. Es la peor chanza que se les puede achacar. Y se ahorran un montón de reflexiones. Son progresistas. Son comunistas. Son independentistas. Son escoria.

El libro Los orígenes del pensamiento reaccionario español, de Javier Herrero Saura, (Cuadernos para el diálogo, 1971), ya demostró de forma contundente que la derecha española encontró la marca de identidad fundamental de su pensamiento en la oposición contra cualquier tipo de progreso en materia de justicia, libertades y avances sociales y políticos. Así que las actuales derechas no deberían utilizar el vade retro habitual para debelar que las izquierdas son progresistas. Lo saben desde siempre. Y no hace falta que se lo repitan una y otra vez. Ya están acostumbradas a que se las reconozca por ese sambenito. Y, además, les encanta. Así que no sean tan bobos acusándolas con el adjetivo que más les agrada.

Las derechas deberían aceptar de buen grado que han sido ellas las que han decidido desde los orígenes de su pensamiento reaccionario apostar contra ese progresismo en materia política, económica, social, religiosa y sexual. Están en su derecho reaccionario. Si necesitan más referentes para fundamentar esta adscripción, relean las encíclicas de los papas contra el modernismo, el liberalismo y el progresismo, intrínsecamente perversos.

Es verdad que ser progresista, serlo de boquilla, al menos, está al alcance de cualquiera, sea de izquierdas o de derechas, pero no creo que lo sea quien defienda que la mejor manera de hacerse con el poder es aniquilando física o legalmente a quienes piensan lo contrario. Las derechas se han esforzado hasta la fecha en aparecer como lo que son, conservadores y, en determinados momentos, reaccionarios, lo que tiene mucho mérito. A nadie le ocurrirá calificarlas de progresistas, lo que será un honor para ellas que las llamen reaccionarias o conservadoras. Un honor dudoso si se contempla desde el punto de vista de la defensa de la justicia, de la libertad y de la solidaridad. Ya es curioso constatar que a la derecha nunca le ha gustado la palabra solidaridad. Habló siempre de caridad.

En una cosa aciertan las derechas al protestar por el acaparamiento conceptual y pragmático que han hecho las izquierdas con relación al término progresista. Porque, en efecto, las derechas son, también, progresistas. Lo son cuando sus políticas defienden los frutos del progreso a repartir en unos pocos. Si la defensa de lo público es característica sine qua non del talante progresista, pocos políticos de la actual derecha española se considerarán como tales, pero esto no deberían contemplarlo como tara, sino motivo de orgullo. Así se mantienen fieles al legado del pensamiento conservador.

La pésima táctica de la derecha al enfrentarse al concepto de progresismo, lo único que están consiguiendo es que aparezcan como representantes genuinos, no ya del conservadurismo, sino del reaccionarismo más basto. Y a eso se le llama involución. Y es muy peligroso. Involución y fascismo haz y envés de la misma moneda.

El reaccionario se opone al avance en cualquier ámbito, político, social económico y tecnológico (aunque en este campo habría mucho que decir) y añora un tiempo pasado que considera idílico. No entienden que los progresistas se obsesionen con un futuro mejor cuando el pasado remoto fue fetén.

Quizá nos encontremos en un momento en que la línea que separa la ideología conservadora de la reaccionaria se haya difuminado y cueste más de un esguince cerebral distinguirla

Es posible que nos encontremos en un momento en que la línea que separa la ideología conservadora de la de los reaccionarios se haya difuminado y cueste más de un esguince cerebral distinguirla. En el terreno del discurso cuesta hacerlo, pero en la práctica no; son siameses. De ahí la dificultad que tenemos al considerar que las derechas tengan un pensamiento progresista. Dicen que son constitucionalistas, pero la constitución no es progresista ni conservadora. Solo cuando se aplica se descubre cuál es su naturaleza. Por ejemplo, la Ley de Memoria democrática que se tenía como una “ley progresista” y ya se ve que para la derecha, también, lo era. De ahí que la deroguen, importándoles poco si favorece o no a una mayoría.

Me temo que las líneas de separación entre conservadores y reaccionarios se difuminan en tal claroscuro que es difícil señalar quién es quién en este paisaje con figura. Como muestra lean este párrafo: “No es de extrañar que la sociedad española contemple cada vez con más desmoralización el deterioro de nuestra vida pública, que es a la vez el de nuestra democracia, donde los perdedores de las elecciones formen gobierno y su precio no sea otro que la decadencia económica y el desmontaje del Estado de derecho” (Diario de Navarra, 16.8.2023).

No sé yo si quien suscribe esta visión apocalíptica de España pertenece al pensamiento reaccionario o conservador. ¿La sociedad española desmoralizada? ¿La vida pública deteriorada? ¿Desmontaje del Estado de derecho? Y ello producto de quienes han perdido las elecciones y todavía no han formado gobierno.

Es increíble la falta de rubor que tienen algunos para mostrar el nivel de imbecilidad que pueden alcanzar cuando se ponen en trance.

Progresistas, conservadores y reaccionarios