domingo. 28.04.2024
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Sede del PSOE en la calle Ferraz de Madrid.

La quiebra del bipartidismo dinamitó la estructura del sistema que se fundamentaba en dos componentes axiales: el pacto de la Transición y Suresnes, lugar este último donde el Partido Socialista se reinventó para convertirse en un partido ad hoc de la monarquía posfranquista y, por tanto, desde el punto de vista de la ideología en un malentendido. La configuración de una mayoría parlamentaria de signo rupturista con respecto al consenso de la Transición agudizó la crisis del régimen del 78 cada vez menos compadecido con la profundización democrática en un esfuerzo por restaurar el bipartidismo aislando y anatematizando a las fuerzas políticas rupturistas con agresivas campañas de criminalización del adversario en una acción procedente del maridaje de las fuerzas conservadoras, el establishment económico y estamental, el poder arbitral del Estado encarnado en la Corona, el subsuelo de la inteligencia nacional, una justicia politizada y una parte elitista del Partido Socialista muñidores de Suresnes con elevado estatus que hace tiempo confunde su argumentario con el de la derecha.

Los jarrones chinos del PSOE, singularmente Felipe y Guerra, fueron severamente derrotados en las primarias que devolvieron a Sánchez a la secretaría general del partido

Los jarrones chinos del PSOE, singularmente Felipe y Guerra junto a sus pocos ya afines fueron severamente derrotados en las primarias que devolvieron a Sánchez a la secretaría general del partido. La caída previa del actual presidente del Gobierno fue motivada por el asalto a Ferraz llevado a cabo por este sector conservador del Partido Socialista al objeto de asegurar la continuidad de Rajoy en la Moncloa. Palmeros de aquella extravagante conspiración que rompía al PSOE al objeto de conseguir que el candidato socialista no fuera investido presidente del gobierno para apoyar la continuidad de la derecha en la Moncloa, como así fue, estaban García-Page –quien dijo que uniría su destino político al de Susana Díaz-, Fernández Vara; los capos de la conspiración, Felipe González y Alfonso Guerra; los jefazos de la patronal y el Ibex 35; la prensa carpetovetónica con Marhuenda a la cabeza y un largo y bochornoso etcétera.

Hoy vuelven a ponerse estiradamente exquisitos con la aspereza de las declaraciones de Felipe y Guerra contra la dirección de su partido, el secretario general, el gobierno y su presidente, por acciones que no se han producido y en la línea del tenor argumentario de la derecha más exaltada, no hace sino confirmar la pantomima o mojiganga ideológica y política que representan y han representado los mullidores de la tramoya de Suresnes. La ácida crítica que este grupo del PSOE mantiene hoy contra la mayoría parlamentaria que sostiene al gobierno encabezado por Sánchez, el líder de su propio partido, no es más que una de las contradicciones que muestran claramente el fracaso de Suresnes. Porque Suresnes supuso no sólo la impunidad del caudillismo como poder fáctico ejerciente, sino la vigencia de los intereses, los mecanismos de influencia y la arquitectura institucional del espacio predemocrático.  

Sobrevinieron los désorientateurs, que dice Fanon, que tienen la ardua tarea de sembrar la confusión. El mismo Fanon nos advertía que ser colonizados es perder un lenguaje para absorber otro, aquel en que no podemos reconocernos. Es la implantación de esa cultura estática de las sociedades paralizadas y que, por ello, son, antes que nada, cultura oficial, es decir, repetición, mecánica y autoritaria de unas creencias que, salvo en la parálisis absoluta, la cultura cerrada se diferencia más y más, cada día, de lo real y donde el diálogo que se explicita como cauce para la solución de los conflictos es simplemente decorado.

Sánchez tiene la habilidad política de saber vertebrar los equilibrios necesarios según requiera una determinada contingencia orgánica o institucional. Por eso ha sabido comprender la precariedad histórica que ha generado la hegemonía cultural de la derecha durante tantos años de autoritarismo. Quizá porque la alidada histórica con la que intencionadamente se ha medido la nación se sustentó en mantener anacrónicamente un tiempo destinado a pasar con tal de que a la ciudadanía se le escapara en cualquier tiempo su propio destino. Ernest Renan nos indicaba que un país no era sino la voluntad de ser nación que se traducía en un plebiscito cotidiano. Y en este sentido, Benedict Anderson concebía la nación como una comunidad política imaginada, donde sus miembros a pesar de sus múltiples diferencias sociales compartían un mundo mental de mitos y valores comunes  que le hacían identificarse con los mismos héroes y odiar a los mismos villanos. Lo que ocurre, como Eric Hobsbawm nos descubre, es que las naciones no son realidades naturales, estables y antiquísimas como los ríos o las montañas, sino creaciones político-culturales, relativamente recientes, singularmente localizada en Europa con las revoluciones liberales y que se exportó al resto del mundo. Pero en España todas esas revoluciones se frustraron por lo que la verdadera historia de nuestro país hay que buscarla en la suerte de los héroes derrotados y las imposturas de los villanos. Sánchez tendrá que convertir en victorias la suerte de los vencidos.

Felipe y Guerra, la edulcorada izquierda del posfranquismo