sábado. 27.04.2024
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Para la redacción de este artículo me he basado en el libro Dominio. La guerra invisible de los poderosos contra los súbditos de Marco d´Eramo; y en el libro La sociedad ingobernable. Una genealogía del liberalismo autoritario de Grégoire Chamayou.

Recurro a d´Eramo. En los Estados Unidos desde fundaciones, think tanks, universidades y medios de comunicación se fue sembrando sobre todo a partir de los 70, una auténtica animadversión, mejor, fobia hacia el Estado, cual si fuera la fuente de todos los males. En su web, la Heritage Foundation afirmaba que su misión es luchar por la libre empresa y por limitar el Estado. Su finalidad declarada era desmantelar el Estado hasta la condición de “Estado mínimo” previsto por Nocick, un Estado, con otras palabras, que en el ámbito social se limite a la tarea de vigilante nocturno y en economía a la de regulador del flujo monetario. Naturalmente, el interés primordial y más urgente de los multimillonarios norteamericanos que financiaban la revolución conservadora fue reducir los impuestos a ellos mismos.

Con la reducción de los impuestos, sin embargo, los filantrópicos multimillonarios no solo pretendían quedarse con un poco más de dinero en sus propios bolsillos, también perseguían un objetivo político, ese que Foucault nombró irónicamente un “Estado frugal”, y que los conservadores estadounidenses han rebautizado con más ferocidad, “matar de hambre a la fiera”: reduciendo los impuestos, obligando al Estado a reducir los servicios, so pena de endeudarse y de caer bajo el chantaje del préstamo. Lo defendió explícitamente ante la Comisión de Finanzas del Senado en 1978 Alan Greenspan, quien de 1987 a 2006 fue presidente de la Reserva Federal.

Gracias a los think tanks conservadores, la idea de un Estado “frugal” se vendió con éxito a la población estadounidense. Por ejemplo, la Smith Richardson Foundation financió el betseller The Way the World Wordks (La forma en que funciona el mundo) de Jude Wanniski, que popularizó el término suply-side economics (políticas económicas de oferta) y la curva de Laffer según la cual, más allá de cierto nivel de impuestos, los ingresos fiscales disminuyen.

El sueño de los multimillonarios de un mundo libre de impuestos está cada vez más cerca, gracias a los recortes desde la década de los ochenta hasta hoy

El sueño de los multimillonarios de un mundo libre de impuestos está cada vez más cerca, gracias a los recortes desde la década de los ochenta hasta hoy. En los Estados Unidos, la tasa marginal máxima era del 94% tras la Segunda Guerra Mundial. Desde 1981 a 1986, bajo la presidencia de Reagan, bajó al 28%. Con Bush Jr. las tasas de dividendos se redujeron del 39,6% al 15% y las plusvalías del 20 al 15% Y Trump redujo el impuesto de sociedades del 35 al 21%, creando un agujero brutal en las finanzas federales.

En buena lógica, ese Estado cada vez más frugal fue dejando cada vez más en los huesos los servicios que prestaba. Pero para privar a los ciudadanos de esos servicios públicos garantizados por la New Deal de Roosevelt y por las reformas de Lyndon Jhonson, era necesario crear un consenso en torno a estos recortes. De lo que se trataba era el denunciar la inevitable deriva totalitaria de todo intervencionismo estatal, que una vez desencadenada se vuelve imparable. Un análisis, por ejemplo, de la seguridad social y el aparato administrativo, podía conducir a los campos de concentración. Básicamente, este fue el núcleo argumental utilizado por Von Hayek en su Road to Serfdom (Camino de servidumbre). Se empieza con los programas de ayuda a la pobreza y se acaba con los lagers y los gulags.

Esta estrategia necesitaba además convencer a los usuarios de los servicios de que el dinero de los impuestos no se usaba bien, y que se utilizarían mejor por empresas privadas. De ahí un ataque brutal al Estado del bienestar y una exaltación sin precedentes de toda empresa privada.

Ese ataque al Estado se realizó a través de miles de programas de televisión, radiofónicos, artículos, todos muy bien subvencionados por fundaciones conservadoras y alimentados por think tanks, que se especializaron en la financiación de libros, mitad de tratado académico y mitad de panfleto ideológico. El título más significativo fue Losing Ground: American Social Policy 1950-198 (Perdiendo terreno la política social estadounidense) (1984) de Charles Murray. Su tesis es que todos los programas sociales lanzados por el Estado en los Estados Unidos han aumentado a pobreza, en lugar de aliviarla, porque generan comportamientos miopes que a la larga encadenan en la pobreza. Tal libro pone en práctica los argumentos expresados por Albert O. Hirschman en su libro La retórica reaccionaria. Son tres: de la perversidad, la futilidad y el riesgo. Perversidad: todo intento de resolver un problema lo agrava, cualquier reforma con afán de reforma se revela contraproducente. Futilidad: cualquier reforma no consigue hacer mella porque la estructura de dominio permanece intocable y por lo tanto todo sigue igual. Riesgo: el coste de la reforma propuesta es demasiado alto al poner en peligro algún precioso logro anterior.

Explicado cómo se alcanzó ese consenso contra el Estado en los Estados Unidos, según lo describe Marco d´Eramo en su libro Dominio, y que ha impregnado el ideario de las derechas españolas, terminaré poniendo ejemplos de cómo ese triple argumentario reaccionario del libro de Hirschman, lo aplican hoy las mismas derechas españolas según los explica Lluís Orriols en su libro Democracia de trincheras. Perversidad: subir el salario mínimo destruye el empleo, por lo que los trabajadores estarán cada vez peor. Futilidad: es inútil poner un tope a los alquileres, pues el precio de mercado acabará imponiéndose por otras vías. Riesgo: la Ley Trans pone en peligro los logros de la lucha feminista.

Pero, como he señalado en el título del artículo, si algo caracteriza el neoliberalismo es una escandalosa contradicción. De lo expuesto hasta aquí podríamos deducir una Fobia contra el Estado, como una de las tesis fundamentales del neoliberalismo: la de desmantelar el Estado hasta la condición de «Estado mínimo”, lo cual podía inducir a pensar que la pretensión es la de destruir el Estado. En realidad, ningún epígono de los Chicago Boys pretende destruir el Estado, no en vano admiraban al general Pinochet. Hayek y Friedman lo visitaron y le asesoraron.

Como describe Grégoire Chamayou, el 2 de noviembre de 1973, mes y medio después del golpe de Estado de Pinochet- fue el 11 de septiembre-, un editorialista del Wall Street Journal, muy bien informado, escribía entusiasmado: “Cierto número de economistas chilenos que han estudiado en la Universidad de Chicago, conocida en Santiago con el nombre de “la Escuela de Chicago”, se aprestan a tomar las riendas de la economía chilena. Esta será una experiencia que observaremos con gran interés desde el punto de vista académico”.

En marzo de 1975 Friedman se encuentra con Pinochet y le habló de política económica y de “terapia de choque”

En marzo de 1975 Friedman se encuentra con Pinochet, y el dato es muy conocido, y le habló de política económica y de “terapia de choque”. Cuando Pinochet recibe a Hayek en noviembre de 1977, hablan de otro tema: la espinosa cuestión de la democracia limitada y del gobierno representativo. Pinochet, según la prensa chilena, lo ha escuchado atentamente y le ha solicitado que le haga llegar los documentos que ha redactado sobre esta cuestión. Al regresar a Europa, Hayek le hizo enviar a su secretario un bosquejo de su “modelo de constitución”, un texto que justifica principalmente el estado de excepción. Y escribió en el Times de Londres en defensa del régimen y contra las calumnias: “No he encontrado a nadie, en ese Chile tan vilipendiado, que no estuviera de acuerdo en decir que la libertad personal es mucho mayor con el Gobierno de Pinochet que con el de Allende. Ni que decir tiene, que quien se atreviera a sostener públicamente lo contrario, es más que probable que hubiera desaparecido.

En su segunda visita, en abril de 1981, Hayek concedió una larga entrevista al periódico El Mercurio. Una periodista claramente pinochista, le preguntó: ¿Qué piensa de las dictaduras? Su contestación fue: “Muy buena pregunta. Gracias por habérmela hecho. Disertemos un poco. Y bien, yo diría que, como institución a largo plazo, estoy totalmente en contra de las dictaduras. Pero una dictadura, una forma de poder dictatorial puede ser un sistema necesario en un determinado momento en algún país y solo por cierto tiempo. Como usted comprende, a un dictador le es posible gobernar de un modo liberal y es igualmente posible que una democracia gobierne con una falta total de liberalismo. Personalmente, prefiero a un dictador liberal antes que un gobierno democrático sin liberalismo…

Le repregunta la periodista: Lo que significa que, durante los periodos transitorios, usted propondría Gobiernos más fuertes y dictatoriales…

Hayek: En tales circunstancias, es prácticamente inevitable que alguien tenga poderes casi absolutos. Poderes absolutos que debería utilizar precisamente para evitar y limitar que nadie imponga un poder absoluto en el futuro.

Retorno al libro de Marco d´Eramo. El caso del Chile de Pinochet es un ejemplo contundente de que el auténtico objetivo de la contrarrevolución neoliberal no es abolir el Estado, sino remodelarlo para hacerlo más funcional con el sistema de libre empresa. Antonin Scalia, juez conservador del Tribunal Supremo de los Estados Unidos nombrado por Ronald Reagan: “Tened siempre presente que el gobierno federal no es malo, sino bueno. El truco estriba en usarlo sagazmente”.

Ese uso sagaz del Estado se reveló muy funcional para el proyecto neoliberal durante las crisis que lo amenazaron: la financiera de 2008 y la pandemia de la Covid-19 de 2020, fueron afrontadas por los Estados y no por los mercados. De hecho, durante estas emergencias, los mercados se volvieron muy discretos, retirándose entre bastidores; dejaron el protagonismo a los gobiernos, para reaparecer al mando, más fuertes que nunca, una vez superadas las crisis mencionadas.

Este uso sagaz del Estado nos explica la aparente incongruencia del proceso de globalización que, a la vez que unifica la economía, potencia la separación entre los Estados. La adopción planetaria de la forma estatal no está en contradicción con los intereses de la economía globalizada, sino que representa para esta última, por el contrario, la oportunidad de hacer que compitan entre sí los sistemas productivos y financieros estatales. A las empresas multinacionales les interesa la existencia de una multiplicidad de Estados para enfrentarlos entre sí (con ventajas en impuestos o subvenciones…). Por tanto, el neoliberalismo no solo exige un Estado que le sirva, sino que necesita distintos Estados competidores entre sí. Si no rivalizaran entre sí para ganarse el favor de las multinacionales, no existirían los paraísos fiscales.

Para los clásicos liberales del siglo XIX, el Estado gobernaba a causa del mercado, ahora para los neoliberales el Estado gobierna para el mercado. Como sostiene Wendy Brown: “Los Estados neoliberales se alejan de los liberales conforme se vuelven radicalmente económicos, en tres sentidos: el Estado asegura, defiende y apoya la economía; el propósito del Estado es facilitar la economía, y la legitimidad del Estado se vincula con el crecimiento de esta. Al Estado se le juzga por su éxito al favorecer la economía de mercado. Por lo tanto, “un Estado bajo la vigilancia del mercado más que un mercado vigilado por el Estado”, en el que el mercado se convierte en el tribunal por el que el Estado debe ser juzgado (absuelto o castigado). Lo expresó el antiguo gobernador del Banco Central alemán, Hans Tietmeyer, cuando elogió en 1998 a los gobernadores nacionales que privilegiaban el plebiscito permanente de los mercados globales por encima que el plebiscito de las urnas.

El neoliberalismo no pide menos Estado, sino todo lo contrario: más Estado

El neoliberalismo no pide menos Estado, sino todo lo contrario: tal vez construya más Estado, solo que con objetivos radicalmente diferentes y con una estructura revolucionada, en un triple sentido:

El objetivo del Estado es favorecer el mercado, cuando en otros tiempos, el propósito de los mercaderes era hacer grande a los imperios. El desempeño del Estado se mide por la calificación que recibe de las agencias de calificación. Su éxito se sancionará por la triple AAA que obtenga y por tanto del crédito del que disfrutará, y su fracaso se oficializará por su degradación (downgrading).

La función del Estado es extender a todos los sectores de la sociedad, educación, sanidad, investigación, el modelo de negocio o contabilidad empresarial. Los estudiantes universitarios tienen una cuenta bancaria académica que se enriquece con los créditos que obtienen, con pruebas, horas, exámenes. El lenguaje nunca es inocuo, y se ha introducido un concepto financiero, el crédito, en el lenguaje universitario. Y en Estados Unidos como millones de universitarios para alcanzar esos créditos recurren a préstamos bancarios, luego se endeudan de por vida. Es a través del lenguaje como se imponen los relatos. Y detrás de estos las ideologías.

Y la tercera y decisiva distorsión de la idea de Estado es que ahora el organismo público por excelencia debe funcionar como una empresa privada: el Estado, como cualquier individuo, debe actuar como una empresa, maximizar su valor presente e incrementar el futuro, atraer inversores, asegurarse condiciones crediticias rentables. De nuevo, Wendy Brown nos muestra el cambio, a través de las palabras governance (gobernanza en español, significa la gestión de la empresa); benchmarking (evaluación comparativa con otras empresas) y best practices (buenas prácticas). Se han impuesto estos términos ingleses en el lenguaje burocrático del español. Queda bien utilizarlos.

Como conclusión, el neoliberalismo no pide menos Estado, sino todo lo contrario: más Estado. De hecho, las multinacionales, están protegidas de una forma sistemática de un libre mercado por el Estado neoliberal de las subvenciones. Un ejemplo, las grandes empresas automovilísticas reciben continuas subvenciones de los Estados, amenazando con la deslocalización a otros países. El Consejo de Gobierno de Aragón extraordinario ha dado este viernes luz verde al decreto-ley que autoriza la subvención directa de 10 millones de euros para Stellantis España. La cuantía va destinada a financiar las inversiones que el grupo automovilístico debe acometer para la implantación de nuevas líneas de prensas de estampado en caliente, actuaciones encaminadas a la electrificación de procesos de la planta de Figueruelas y la internacionalización de componentes que actualmente se fabrican fuera de Aragón. Solo los asalariados y los económicamente superfluos están sometidos por el Estado represivo neoliberal al libre mercado.

Escandalosas paradojas del neoliberalismo