sábado. 27.04.2024
inmigración

La derecha española ha emprendido una carrera desbocada para asumir los idearios ultras y las estrategias del peor populismo, el propio de los Le Pen, los Trump y los Bolsonaro del mundo.

Convencidos de que no ganarán unas elecciones con su recetario tradicional, incapaces de evolucionar y adaptar sus propuestas a las necesidades y expectativas de la mayoría, se deslizan a toda velocidad por la pendiente del radicalismo.

En sociedades abiertas y tolerantes como la española, tal estrategia solo conducirá a la frustración de Feijóo y los suyos. Sin embargo, dejará importantes daños colaterales a su paso, en el enfrentamiento institucional más estéril y, sobre todo, en el deterioro de la convivencia.

Tras la deslegitimación de los gobiernos legítimos a base de mentiras. Tras la resurrección falaz de la banda terrorista ETA. Tras la confrontación irresponsable entre territorios. Tras situar al frente de instituciones autonómicas y locales a machistas recalcitrantes, a negacionistas de la evidencia científica, a censores de la expresión artística libre… ahora toca el odio al emigrante.

España parecía vacunada ante el virus del odio xenófobo, que tan fácilmente prendió hace años en algunas sociedades vecinas, como Francia e Italia. Parecía que nuestro pasado reciente como pueblo de exilio y emigración, tras la guerra civil y las hambrunas del franquismo, nos había inmunizado frente a esa enfermedad.

Quien esto escribe, como otros miles de españoles, somos hijos de la emigración española y protagonistas en primera persona de la experiencia de abandonar la tierra propia, huyendo de la miseria, para buscar una vida mejor de manera decente en lugares ajenos y lejanos.

Aquellos anhelos, aquellas angustias y aquellos miedos de nuestros padres y abuelos, son exactamente los mismos que sienten y padecen los miles de hombres y mujeres que zarpan hoy en cayucos precarios desde las costas africanas, jugándose su vida y la de sus hijos.

¡Qué flaca memoria y qué flacos valores humanitarios los de quienes ignoran la memoria de este país de emigrantes, para alentar el odio al que emigra hoy!

Este es un país con valores mayoritariamente solidarios, tolerantes con la diversidad, abiertos a acoger con generosidad al que sufre. España ha acogido durante décadas a europeos, a latinos, a magrebíes, a subsaharianos, a asiáticos, que conviven en nuestras ciudades y barrios con muchos menos problemas que los que vemos en otras latitudes de nuestro entorno.

Por eso sabemos que la llama del odio al emigrante no prenderá, a pesar de los intentos de la derecha española.

Porque, además, esos intentos están basados en la estrategia de las mentiras.

Es mentira que exista una “invasión” de emigrantes, como dicen. De hecho, España está recibiendo este año, como los años anteriores, menos migrantes que otras zonas de tránsito en Europa, como Italia y Grecia. Son unas 9.000 las personas que han llegado a Canarias de manera precaria en lo que va de mes de octubre. Son muchas. Pero un país desarrollado, con más de 47 millones de habitantes, es capaz de gestionarlo sin dramatismos innecesarios.

Es mentira que la llegada de estos emigrantes haga peligrar “la seguridad nacional”, como intentan alarmar desde la ultraderecha. Ni la seguridad nacional, ni la delincuencia, tienen relación con los flujos de emigrantes y refugiados. Si el PP anda en la búsqueda de delincuentes, tiene más fácil localizarlos bien cerca en los casos Gurtel y Kitchen, por ejemplo.

Es mentira que “con los emigrantes ha entrado el tifus en la península”, como aseguran. No hay un solo caso de tifus en Canarias y nuestros problemas de salud pública tienen mucho más que ver con el deterioro de la atención primaria que gestionan PP y Vox.

Es mentira que los emigrantes sean alojados en “hoteles de lujo”, como mienten diputados del PP, o que sean “abandonados en las paradas de autobús”, como miente el presidente del PP. Puestos a fomentar bulos, se contradicen ellos mismos. El ministerio de Inclusión, que es el legalmente competente, junto a las ONG especializadas en acogida, procuran un trato humano y digno a estas personas, sin lujo alguno.

Es mentira que el Gobierno de España gestione los flujos migratorios con “puertas abiertas”, con “improvisación”, con “opacidad” y con “descoordinación”. No se trata de una gestión fácil, pero el ministerio de Inclusión actúa desde la legalidad, con plena transparencia y dando cuenta de sus actuaciones al resto de las administraciones afectadas. No obstante, por desgracia, se echa de menos en general una actuación comprometida y eficaz por parte de las administraciones autonómicas del PP, competentes en el cuidado de los menores migrantes.

Es mentira que la llegada de emigrantes suponga un riesgo de “islamización de Europa” y el “borrado de la civilización occidental”. Tales exageraciones rayan en lo ridículo y solo buscan excitar miedos y recelos.

Superan la mentira y traspasan el umbral intolerable de la descalificación, el insulto y la deshumanización, algunas declaraciones de dirigentes derechistas que equiparan a los emigrantes con “fardos”, con “animales por marcar”, con “propagadadores del tifus” o con personas indignas de habitar las estancias que antes ocuparon personas nobles en Medina del Campo…

Se trata de fomentar la xenofobia, que es la fobia hacia quien viene de fuera. Pero se trata de fomentar, sobre todo, la aporofobia, porque no se señala a cualquier extranjero, sino al extranjero migrante pobre. Ni PP ni Vox tachan de fardos o de animales a los extranjeros pudientes.

Y se trata de racismo, porque el señalamiento no se produce sobre cualquier extranjero migrante pobre, sino sobre el extranjero migrante pobre de origen subsahariano, magrebí o latino, especialmente. Hace pocos meses, España abrió sus puertas a 200.000 migrantes ucranianos, muchos de ellos rubios de ojos azules, y no hubo críticas como las que hoy se escuchan desde la derecha española.

La xenofobia, la aporofobia y el racismo pueden resultar rentables en términos partidarios y electorales a la derecha a corto plazo, al menos de forma limitada. Es probable. Pero lo que resulta seguro es que a corto, a medio y a largo plazo, estimular el odio al emigrante y al diferente provocará graves problemas de convivencia en la sociedad española.

El Gobierno de España hace lo que tiene que hacer ante una crisis humanitaria como la llegada a nuestras costas de miles de personas que huyen de la miseria y la persecución. Porque, ¿cuál es la alternativa? ¿Impedirles el desembarco en los puertos y las playas mediante la Guardia Civil o el Ejército, abocándoles a la muerte segura? ¿Dejarles en las islas, con administraciones sin recursos para gestionar el problema? ¿La “deportación inmediata” que proponen algunos y vulnera todas las leyes españolas y europeas?

La pregunta relevante es la de por qué la derecha española se apunta ahora al discurso del odio al emigrante. Y solo hay una respuesta plausible. Azuzan el odio al emigrante para polarizar, radicalizar y ganar votos, al modo en que lo hacen Le Pen, Trump y Bolsonaro.

Ellos no ganarán los votos que esperan, pero en el deterioro de valores y de convivencia ya estamos perdiendo todos.

Y ahora, también, el odio al emigrante